“Viendo mi marido bien, me siento bien... bien del todo no me voy a sentir hasta que no termine el proceso judicial”. Fueron las primeras palabras de Analía Lynch de Roganti.
Frente a frente, con la periodista de EL DIARIO que buscaba bucear en su interior para conocer cara a cara el rostro de su fortaleza y el color de los sentimientos que la embargaron tras el cobarde atentado a su marido Alejandro Roganti, en la noche del 14 de abril. “Parece que pasó mucho tiempo, mucho más que cuatro meses”, dice preguntándose, en su humildad, por qué una nota a ella si apenas es mujer, madre, compañera de un dirigente social.
Precisamente, porque es todo eso y mucho más. “Lo hemos podido sobrellevar gracias al apoyo de la gente, la familia, los amigos y la cantidad de personas que nos acompañaron. Ellos te dan fuerza para seguir adelante. Me quedó grabado en la clínica un hecho: una mujer se acercó para felicitarme por mi fuerza. Es una detenida desaparecida con un hijo cuadripléjico por un accidente y me felicitaba a mí... La miraba y pensaba que el ejemplo era ella, no yo...”.
Le gusta leer a Analía. Entre los libros que tuvo entre sus manos en estos tiempos encontró una frase que la impactó: “Siempre se puede no vivir y hacer como que se vive...”. “La gente que mandó a hacer esto (por el atentado) no va a vivir de ahora en más, va a hacer como que vive”.

@ De una espina a una viga...

“Es un poco loco lo que voy a decir pero no odio a Eve, no siento nada. El es un instrumento, el que me genera la más absoluta repulsión es el que lo mandó.”
Tira la frase y se queda pensando, no quiere entrar a dar nombres de los autores intelectuales. “Nosotros tenemos bien claro quiénes fueron pero no sabemos hasta dónde va a llegar la Justicia. Estas personas que se quisieron sacar una espina del pie, hoy tienen una viga en la frente”.
Hay tantas cosas para hablar, instantes, anécdotas, lágrimas derramadas y lágrimas contenidas. Pero la noche del 14 está allí, imborrable, como en la escena de una película.
“Estaba lavando los platos y veo que Alejandro se asoma, como no veo a nadie me doy vuelta. En eso siento que Alejandro grita hijo de puta y escucho como un petardo. Pensé que era una broma...”.
Pausa, unos segundos de tensión por el recuerdo que se queda allí en la garganta. “Después veo al tipo, empiezo a caminar para ver si lograba que se fuera. Me apunta a mí y me paro... Fue como una película. Pensaba no puede ser, esto pasa en las películas...”.
Fue real. Tan real como el amor de una familia que no se dejó vencer por la pesadilla de los sicarios.
“Cuando lo vi a Eve en la rueda, lo reconocí en seguida. Era el único que no miraba de frente y les pedí que lo hicieran mirar de frente...”.
Otra vez los juegos de la memoria nublando la vista con pequeñas gotas. “Por dentro me sublevaba saber que alguien lo había mandado a matar, una sensación de impotencia. El que lo hizo es una persona enferma, cegada por el poder”.
Si tiene miedos no los cuenta. Sonríe pero aclara “siempre fui miedosa”.
Analía conoció a “Caño” en un acto político que fue a cubrir al Ameghino hace más de veinte años. “Ahí lo vi por primera vez, después me lo presentó un amigo en una confitería... Alejandro es una gran persona, aprendí mucho de él. Parece serio pero es muy sensible, siempre pensó en los demás...”.
Tiene en su memoria una larga lista de gente para agradecer, todos los que se involucraron, los médicos... demasiadas demostraciones de apoyo. Lo positivo de un hecho tan penoso.
“El reconocimiento y el apoyo de la gente nos ha fortalecido. Es el orgullo que tengo y mis hijos me han dado un ejemplo, han demostrado que son de la misma madera del padre.”
La sonrisa aparece en su rostro. “Hasta el día de hoy nos reímos de cosas que Alejandro no recuerda y que decía bajo los efectos de los sedantes”.
La pesadilla quedó atrás. La vida y el amor le ganaron la pulseada.
Nancy Musa