@Magos y hechiceros en torno al vino y la amistad
Cuando se busca la bola de cristal y no está en ningún escaparate.
Cuando se saca la varita mágica y el conjuro no funciona.
Cuando se convoca a todos los dioses del Olimpo y no acuden... es porque la soberbia les ha perforado el cerebro.
La edición 2009 del Festival del Vino y la Amistad fue eso, una mala imitación del verdadero.
Cuando se hace el humilde fogón amigo de los bienintencionados.
Cuando cada uno trae, humildemente, la leña seca para hacer la hogera donde TODOS se sientan a compartir la noche bajo las estrellas.
Cuando cada uno canta, pasando luego la guitarra a las manos del otro... es porque la bondad de la raza produce el dulce conjuro de los justos.
Esto fue así en ediciones anteriores del Festival del Vino y la Amistad.
Llegaba noviembre y el aire traía los aromas de fiesta. Los chicos estaban ungidos de entusiasmo junto a sus padres; las familias eran las que se glorificaban en el trabajo del Festival. Cartones, pinturas, pinceles. Un escenario humilde en la espalda del templo por donde parecía caer bellamente la cabellera de Nuestra Señora recién alabada en las Fiestas Patronales. La Virgen del Rosario nos ayudaba, nos sonreía porque todo tenía sabor a pueblo, gusto a las madres con sus hijos en la tarea que era el júbilo de chicos y grandes. Buscar las sillas, limpiarlas. Probar el equipo de música, los hijos adolescentes y hasta los más pequeños co-la-bo-ran-do.
Banderines, guirnaldas, casi un juego de carnaval. Y la oración para evitar la lluvia. Siempre mirando la palmera del fondo del patio de los Moreno... ¿Se dio vuelta el viento? “Que no se venga el sur”, decían las mujeres. “No sean lechuzas”, decían los hombres. Y la varita mágica funcionaba. Y el conjuro que no era otro que la oración a la Patrona, se producía.
Y aquella noche en la que el viento de una tormenta se llevó el escenario, al que hacía apenas unas horas había terminado de darle el último toque Aldo Ponce... Y el padre Pepe angustiado en la misa de siete mientras entre todos levantábamos el desastre... Y a la noche, los dioses del Olimpo se solidarizaban.
Allí estaban los Funes, los Milio, Los Gessi, los Zanotti... todos con un solo ideal: elevar las tradiciones más profundas del ser argentino, del villanovense orgulloso de sus raíces.
Cada noche de preparativos era una reunión de amigos. La guitarra de un soñador pasajero, a veces desentonado de humedad nocturna, y dos personajes que no pueden olvidarse, sentados en la última fila de las sillas alineadas del Alem, conversando de lo que iba a ser al otro día.
“Qué me va a hablar de amor”, dice un tango.
Eso era preparar el Festival del Vino y la Amistad, asado de por medio en la casa de los Moreno.
¿Homenaje? Ese es el homenaje, el que nos trae la repetición de imágenes.
Ese es el homenaje que jamás sentirán estos “aprendices de hechiceros” (y lo pongo entre comillas porque esa expresión la tuvo siempre en su boca don Armando Fabre).
Carlota Molina
de Moreno
Otras notas de la seccion Opiniones
Escriben los lectores
Escriben los lectores
Una historia, entre tantas
Los lectores también escriben
Lamentable
|