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Milagro Sala, la mujer colla que orienta la Túpac Amaru, organización que siembra felicidad entre los jujeños, proyecto eminentemente humano que los medios poderosos se encargan de vilipendiar |
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La culpa la tiene Víctor De Gennaro. Corría el año 2003 y yo trabajaba en la redacción del periódico de la CTA que él dirigía. Una mañana entró eufórico a la oficina y me dijo: “Tenés que viajar a Jujuy a hacer una nota sobre la Túpac”. Por ese entonces, apenas había escuchado algo sobre esta organización que empezaba a construir viviendas en un descampado desparejo a las afueras de la capital jujeña, liderada por una mujer. “Cuando la conozcas a Milagro, vas a descubrir la esencia de la Central”, me dijo. Y allá fui, confiando en las palabras del Tano -el tipo más optimista y entusiasta que conocí en mi vida- a buscar la nota de tapa para la edición de setiembre.
Milagro Sala me recibió en el local de la Asociación de Trabajadores del Estado. “Soy bien colla y a mucha honra”, me dijo la flaca respondiendo a mi interrogante: “¿A qué etnia pertenecen tus ancestros?” (qué pregunta pelotuda).
Para un porteño de clase media con pretensiones de librepensador progresista era difícil digerir aquello. Por desgracia, no es un problema pura y exclusivamente mío. Desde la lógica con la que se cimenta el pensamiento de los medios de comunicación mal llamados nacionales (sólo porque se editan o transmiten desde Buenos Aires), es casi imposible entender que una mujer, morocha hasta los huesos, de origen humilde y con antecedentes penales, pueda conducir una organización de las características de la Túpac. Y lo que es aún más grave: no pueden -o no quieren- comprender el verdadero sentido de una construcción política autónoma que le ofrece a la gente la posibilidad de edificar un mundo donde vivir felices.
Por eso, cuando esta semana los editores de Crítica de la Argentina me propusieron viajar a Jujuy para contar la historia que todavía nadie contó sobre la Túpac Amaru y entrevistar a su líder, luego de agradecerles la confianza y la oportunidad que me daban, les advertí que no esperaran de estas líneas una mirada desprovista de subjetividad.
Soy un trabajador de prensa afiliado a la CTA desde el año 2000 y siento un profundo respeto y cariño por la mayor parte de sus dirigentes y militantes. Desde ese lugar escribo, sin la pretensión de erigirme en el dueño de ninguna verdad, pero reclamando el derecho de darles voz a los que no la tuvieron ante la sarta de acusaciones infundadas que se formularon luego del escrache al senador Gerardo Morales en el que jamás participaron ni Milagro ni ningún militante de la Túpac.
Conozco muy bien a Milagro y el laburo de esta organización, ejemplo en todo el país. Sé positivamente que no son ni mafiosos ni narcos ni otras tantas barbaridades que los medios publicaron sobre ellos en los últimos días. Cronistas de otros matutinos porteños estuvieron esta semana en Jujuy y recorrieron los mismos lugares que yo volví a recorrer luego de seis años de aquel primer contacto con la Túpac Amaru. Cada mirada propone una versión de la realidad, con la que los lectores podrán estar más o menos de acuerdo. Pero hay algo que es imposible de negar: brindarle atención médica de primer nivel, educación, vivienda y felicidad a los jujeños con los recursos que las organizaciones sociales lograron arrancarle a un Estado acostumbrado a alimentar las arcas de los grupos concentrados de la economía no puede ser objeto de críticas tan descarnadas. A menos que estén instigadas por aquellos sectores a los que no les gusta ver al pueblo organizándose para decidir su destino, de manera autónoma y sin la necesidad de ser arriado por un choripán y un tetra a ninguna manifestación.
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