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1 de Noviembre de 2009
Entre realidades, cables e informaciones
Roberto Arlt...La literatura
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Por Darío Falconi
eldiariocultura@gmail.com
“¿Qué hubiera pasado con Roberto Arlt de no haber muerto a los 42 años? ¿Hacia dónde habría avanzado su escritura?”
De esa manera arranca el prólogo Ricardo Piglia del libro que hoy pasamos revista. Yo le respondería con una sola palabra: inimaginable.
El Fondo de Cultura Económica editó hace unos cuantos meses, una obra recopilatoria de uno de los grandes escritores que parió el Siglo XX. El libro en cuestión se llama “El paisaje en las nubes” y viene a exhumar para la posteridad las 236 crónicas que el brillante escritor del barrio de Flores, publicó en el diario español El Mundo entre marzo de 1937 y julio de 1942. En una monumental edición de 766 páginas encontramos aquí sus escritos que, básicamente, se sostuvieron en dos columnas llamadas “Tiempos presentes” y “Al margen del cable”.
Después de vivir casi todo un año en la Madre Patria, Arlt regresa a la Argentina. Desde aquí busca insertarse en ese periódico, con una serie de notas de diferente color a las aguafuertes porteñas que dio a conocer antes de su viaje al viejo mundo.

Las crónicas
Los artículos que el autor de “El juguete rabioso” plasma durante cinco años (muchas veces de manera diaria, otras con algún día de por medio) las hace con total libertad. Muchas veces selecciona su materia prima de los cables que llegan, a veces toma alguna frase de alguna noticia o de la profunda observación de una imagen… motivo más que suficiente para crear el artículo.
Lo asombroso es que no le piden a Arlt que escriba tal o cual cosa (salvo contadas excepciones donde se lo envía a cubrir cierto acontecimiento), sino que él elige una mínima unidad de sentido y recrea un mundo que pocos podrían imaginar. Las crónicas arltianas nutren esa unidad y la complementa con diversas visiones, monólogos, detalles de color local (muchas veces de lugares que no conoció jamás), diálogos entre personajes reales o ficticios, maximiza ese cuerpo textual y lo da vuelta a su gusto y placer aportando, sobre todo, literatura.
Muchas de sus temáticas rondan sobre la inminente guerra que se venía por esos años, la presencia nazi; pero también las historias de vida de personajes importantes y de aquellos excluidos o ninguneados por la sociedad. Se plantea además, cómo escribir en una época donde “Europa ‘es’ barrida por un simún de fuego”; no puede el periodista, el escritor, encerrarse en la literatura y disociarse de la vida, porque se corre un alto “riesgo de inhumanidad”.
Piglia afirma también que “la literatura es para Arlt el laboratorio donde se experimenta con las conductas inesperadas y las especies ambiguas, con las partículas y las moléculas microscópicas de la vida social. Sus aguafuertes escritas durante casi veinte años son el archivo de esa investigación biológico-política. Múltiples y maleables, sus crónicas mezclan diagnósticos, pequeños panfletos, microhistorias, futuras novelas, fragmentos de un folletín personal, y extraordinarios registros de lectura. Pero quizás lo más notable de las crónicas de Arlt es que fueron escritas por encargo. Se publicaron desde el primer número del diario El Mundo; posiblemente se trató de encontrar un lugar para Arlt como redactor especial. Y el redactor se convirtió en la noticia. La consigna era sencilla: Arlt estaba obligado a escribir pero nadie le decía sobre qué. Esta disposición (que dura años) es la base de la forma de sus crónicas y define el género. Arlt actúa como un observador exigido, obligado a encontrar ‘algo interesante’. La experiencia de buscar el tema es uno de los grandes momentos de las aguafuertes. La obligación vacía de escribir les da una tensión de la que, por supuesto, carece el periodismo. Quiero decir, el periodismo busca el dramatismo en la noticia, y las crónicas de Arlt dramatizan la exigencia de escribir, la obligación de encontrar algo que decir. En más de un sentido, el cronista es quien -para decirlo así- inventa la noticia. No porque haga ficción o tergiverse los hechos, sino porque es capaz de descubrir, en la multitud opaca de los acontecimientos, los puntos de luz que iluminan la realidad. En nadie es tan clara como en Arlt la tensión entre información y experiencia”.

Libro múltiple
Este es un libro con múltiples accesos. Es de notable ayuda para el periodista que podrá aprender las maneras de experimentar estilos y recursos, muchos de ellos impensados aun en la actualidad. Le sirve al historiador, quien puede cotejar hechos y pensamientos de la gente de un tiempo clave para la civilización mundial. Para quien gusta de las letras, encontrará en el cúmulo de grafías, verdaderas joyitas que le arrancarán alguna asombrosa onomatopeya. Claro está que también el lector común (el de diarios) tiene su lugar, logrará aquí imbuirse en algunos temas y situaciones de un pasado no tan lejano…
Roberto Arlt, tiene la versatilidad de cambiar de registros. Esa es la grandeza de un escritor, poder llegar a la mayor cantidad de lectores; pero aportando creatividad y refrescando la lengua en cada artículo escrito. Es un gran desafío, construir textos bellos, útiles, comprensibles, pero sin caer en lo liviano y lo soso.
“En la notable serie de notas escritas ‘al margen del cable’ incluidas en este libro, a las que me he referido (continúa Piglia), Arlt trabaja directamente sobre la interpretación de la noticia. Esas crónicas están construidas básicamente sobre una escena de lectura: Arlt comenta los cables que lee. Y su modo de leer es extraordinario.
Amplifica, expande, asocia, cambia de registro y de contexto las noticias que recibe. Las revela, las hace visibles. Arlt ha titulado la mayoría de sus crónicas usando el modelo de una técnica gráfica (las aguafuertes, el ácido que fija la imagen) porque quiere fijar una imagen, registrar un modo de ver.”
En recuadro aparte les ofrecemos la primera crónica que pública en El Mundo, no sólo para que aprecien su escritura, sino porque tiene como escenario a Río Cuarto, que es contrastada (levemente) con la ciudad que la venía opacando: Villa María.
Revalorización de la crónica
Como bien afirma la compiladora del volumen Rose Corral, la crónica periodística se encuentra en un lugar marginal en la historia literaria, y si bien esa tendencia se va revirtiendo, no es lo común.
“El paisaje de las nubes” (nombre del libro, pero también de su última crónica publicada) se conforma en un gran paso en pos de ese reconocimiento.
Aquí hay vivencias, historias, realidades que se matizan con la pluma del periodista y con la inagotable cantera de recursos literarios con que los ornamenta Arlt. A casi 70 años de la muerte, este aporte refresca la visión de un escritor que fue denostado por otros “grandes intelectuales”, quienes utilizando argumentos de poco peso le hicieron sombra a quien es uno de los profesionales más importantes e influyentes de nuestras letras latinoamericanas. Pareciera que la contemporaneidad es injusta con los grandes hombres cuando están vivos; pero el tiempo, la clepsidra, es quien se encarga de enaltecer y solidificar la imagen y obra de estos trabajadores.
Allí se inscribe Arlt.

Roberto Arlt
Su nombre completo fue Roberto Godofredo Christophersen Arlt. Nació el 2 de abril de 1900 en Buenos Aires. Fue novelista, cuentista, periodista y dramaturgo.
Publicó las novelas “El juguete rabioso” (1926), “Los siete locos” (1929), “Los lanzallamas” (1931) y “El amor brujo” (1932); los libros de cuentos “El jorobadito” (1933), “El criador de gorilas (1941) y “Un viaje terrible” (1941). En cuanto a sus obras de teatro, “300 millones” (1932), “Prueba de amor” (1932), “Saverio el cruel” (1936), “La isla desierta” (1938) y “La fiesta de hierro” (1940). Los libros “Aguafuertes porteñas” (1933) y “Aguafuertes españolas” (1936) resguardan un porción de su actividad periodística que comenzó allá por 1928 en el diario El Mundo. Posteriormente se publicaron compilaciones de sus aguafuertes gallegas, andaluzas, asturianas, vascas y africanas.
En 1935, viajó a España y Africa enviado por El Mundo, de donde aparecen sus Aguafuertes Españolas. Arlt permaneció en Buenos Aires, salvo este viaje y alguna que otra escapada a Chile y Brasil.
Murió de un ataque cardíaco en Buenos Aires, el 26 de julio de 1942.

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