Blog de Sebastián Elía, abogado local que se desempeña como chef en sus ratos libres (o, también se puede decir, chef internacional que se desempeña como abogado en su tierra natal). En este sitio Sebastián despliega su conocimiento y su humor al analizar la preparación de numerosas exquisiteces de variada naturaleza: desde bife de chorizo, pasando por pizzas, carpaccio de hongos, caipirinha de pepino, lenguado con mejillones, hasta la cocina “elBuli”. Este gusto heterogéneo del “Dr./Chef” de seguro se debe a los varios años que lleva desempeñándose en escenarios tan disímiles como Europa, Brasil, el sur argentino y nuestra ciudad. En estas tierras Sebastián brinda un taller de cocina para aficionados.
En el posteo suyo sobre el bife de chorizo dice: “Se puso de moda, dentre un target clasemedia-moralista-new age de una parte de la Argentina que no sé bien cuál es, el decir que los argentinos ‘comemos mucha carne;. Y, digo yo, mire, ¿qué espera? Pasa que es como que a un ponja le den a elegir entre un atún rojo, fresco, de primera calidad, y una falda parrillera (Dios la tenga en su Santa Gloria y no se ofenda por la comparación), congelada embasada al vacío. Y es que la comparación cae de madura porque, al menos en Córdoba y su interior (como Villa María, que es el interior del interior igual que cientos de ciudades de la República) tenemos un pescado pésimo, unos mariscos peores y unos precios escalofriantes. A pesar de su extensa costa, rica en todo bicho de mar, la Argentina consume poco pescado y, en general, de una calidad medio fulera: la merluza recuerda a De la Rúa, el salmón rosado es blancuzco y flaquito, medio desnutri, los mariscos congelados tienen menos olor a mar que las partes pudendas de la negra loza, y los camarones, tan chiquitos, cuando se descongelan quedan con tamaño microscópico. Entonces, qué quiere que le diga, más vale comprar unos buenos bifes de chorizo, de 400 gramos, por el módico precio de $7 cada uno, hacerlos casi vuelta y vuelta, con una ensaladita muy simple de rúcula y aceite de ajos confitados, un tremendo totín, que desde los diez pesitos ya tiene algo más que digno para elegir (yo conseguía Altas Cumbres, de bodegas Lagarde, a ese precio, gracias a un trato de caballeros que mi padre tenía con el señor Valfré), y le entra despacito, como hicimos anoche con El Monstruo, Dani, Gise y Romi, charlando de nada en especial, todos hablando al mismo tiempo de cosas distintas, hasta que se termina el bife, el totín y la noche…”.
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