Tango ha muerto y el barrio quedó triste. Era un verdadero callejero que todos querían en la zona de la canchita de All Boys. Ni hablar de los chicos.
Tango ha muerto y vienen a la memoria algunas estrofas de la hermosa canción de Alberto Cortez, que lo pinta textualmente.
“Era callejero por derecho propio, su filosofía de la libertad, fue ganar la suya sin atar a otros y sobre los otros no pasar jamás.
Aunque fue de todos nunca tuvo dueño, que condicionara su razón de ser, libre como el viento era nuestro perro, nuestro y de la calle que lo vio nacer.
Era un callejero con el sol a cuestas, fiel a su destino y a su parecer, sin tener horario para hacer la siesta y rendirle cuentas al amanecer.
Era un callejero y era el personaje de la puerta abierta en cualquier hogar, era en nuestro barrio como del paisaje, el sereno, el cura y todos los demás.
Era el callejero de las cosas bellas y se fue con ellas cuando se marchó, se bebió de golpe todas las estrellas, se quedó dormido y ya no despertó”.
Tango ha muerto sereno, como lo fue siempre. Quedó dormido en la vereda de calle Jujuy, donde era su paradero.
Fue un incondicional seguidor y compañero de Doña Piba, cuando la abuela del barrio tejía sus últimos años.
Fue el habitante más popular entre los vecinos, que alimentaban su cuerpo y su felicidad.
Tango jugaba a la pelota con los pibes del baby y sus esporádicas ausencias eran motivo de preocupación.
Cuando la muerte tocaba a su entorno, emprendía misteriosamente la ausencia. Después volvía...
La semana pasada, fue Tango quien se quedó dormido para siempre.
Cuando Cortez terminaba de cantar Callejero, siempre decía así: “Al fin y al cabo, no era más que un perro”.
Pero su canción encierra ternura, “esa que nos hace falta cada día más”.
Tango, al fin y al cabo, no era más que un perro. Un perro que se llevó la tristeza de los vecinos en su viaje a las estrellas, ese día que se quedó dormido...
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