(Segunda parte)
Cuando se habla de las fuentes, creemos entender que siempre existe un modelo a imitar, el jugador que cada pibe elige, sigue y trata de replicar cómo juega su ídolo. Eso ya casi no existe, porque la mayoría de las ligas de menores son torneos miniprofesionales y se les hace creer a los pequeños que no tiene sentido ver a otros si de todos modos no van a aprender nada de ellos.
Desgraciadamente en este contexto podemos afirmar que cada vez importa menos qué siente el pibe, cómo piensa y qué es lo que realmente quiere.
Cuando hablamos del padre con sueños “maradonianos”, nos referimos a ése que no presta la misma atención al rendimiento del chico en el colegio, como al siguimiento estricto del desempeño futbolístico de su “futuro crack”. Muchas veces se los llama de los colegios porque el pibe no responde en las materias, y ni siquiera concurren a las citas.
Sin embargo, en los entrenamientos o los domingos, desde el borde de la cancha del club, les dan indicaciones, cual verdaderos técnicos profesionales, y les llaman la atención si no van a practicar en la semana, o cuando vuelven de los entrenamientos se interesan por cuánto corrieron, saltaron, o si entrenaron muy duros; cuando la verdadera pregunta que más motiva en esta etapa de la vida es, si lo disfrutaron y cuánto aprendieron.
Los padres deben acompañar a sus hijos al deporte que elijan y no al que soñaron ellos con sobresalir cuando fueron jóvenes y jamás anteponer el fútbol al estudio. No deben confundir considerándolo al deporte juvenil como si fuese fútbol profesional. Esta confusión asociada a una proyección inadecuada del padre hacia su hijo, puede transformar la práctica del fútbol en una verdadera tragedia para el pequeño deportista.
El deporte juvenil se fundamenta en un proceso educativo de adquisición de habilidad y conductas relevantes para el niño, en este ámbito lo lúdico está por encima de cualquier meta. Es decir el niño debe sentir placer por participar y no solamente por ganar.
Por esto, algo que implementamos en nuestra escuela desde su fundación, es el no regirnos por los sistemas habituales de premios y castigos según el resultado obtenido.
Por otro lado, el deporte profesional persigue los objetivos de cualquier empresa comercial, donde verdaderamente el ganar es esencial y prioritario para los agentes del mismo (dirigentes, entrenadores y jugadores). Y como consecuencia a los premios se los lleva únicamente el ganador. El fútbol infantil, por el contrario, no discrimina ganadores de perdedores.
Se predica que debe existir la competencia para ir mejorando, como si la misma no existiera, si se compite permanentemente desde el primer momento en que jugamos a algo, sin importar la edad. Esto se da en forma natural.
Pero cuando el partido termina, debemos reflexionar sobre lo que el niño disfrutó del mismo y la sana ansiedad que lo invade por el próximo enfrentamiento, y así no desgastar el tiempo en discusiones por jugadas determinadas o recriminaciones porque el resultado no es el esperado.
Este tipo de presión le quita la frescura, apaga la pasión y el juego deja de ser un juego.
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