Escribe: Alberto Costa
El suceso acontecido el martes 17 conmocionó a todos y cada uno de los habitantes de nuestra ciudad. Las circunstancias en que se produjo, sus protagonistas y la magnitud de la tragedia nos llegó a lo más íntimo de nuestro ser .
Nos conmovió porque además sentimos que podría habernos pasado a cualquiera de nosotros, porque llevamos nuestros hijos a la escuela, cruzamos las vías a diario, porque la urgencia nos corre, porque vivimos en una misma comunidad y nos sentimos parte de ella, también en el sufrimiento. El análisis que realiza el Colegio de Psicólogos publicado en EL DIARIO el día 19 me parece un aporte valioso para la reflexión y una demostración del compromiso social de esta institución, tratando de explicar lo inexplicable pero argumentando sólidamente las razones por las que una sociedad marcha casi inconscientemente a su propia desintegración.
Pero más allá de lo que allí se trata de explicar y sin tratar de encontrar culpables sino de analizar cómo vivimos, pensaba en estos días cómo era la vida en nuestra comunidad hace algunos años (no tantos). Pensaba que cuando era chico el tren pasaba más despacio, que al costado de las vías en cada paso a nivel se paraba un guarda que con una bandera no sólo marcaba al paso del tren sino además controlaba a los que nos atrevíamos a pasar con las barreras bajas. Que había más trabajadores sobre el tren y alrededor de las vías. Que el ferroviario era respetado por su profesión y por lo riesgoso de su tarea
Corríamos menos, es cierto. No existían las computadoras, el chat ni los celulares. A lo sumo íbamos por la calle con el portafolios del colegio o alguna pelota de goma. Los días eran más largos, más lentos.
Pero los tiempos fueron cambiando, llegó la tecnología, la medición de resultados en función de objetivos de eficiencia, la inmediatez de los hechos, la “necesidad” de ser cada día más eficiente y rentable, la ley del más fuerte. Y fueron desapareciendo las personas de las empresas. Nos atienden los reclamos una computadora por teléfono, hacemos el pedido del súper por Internet y jugamos a la pelota en la compu en lugar del campito. Ya no hay tantos “buenos días”, “cómo le va a usted” o “ que tenga un buen día” . Las palabras las expresa una máquina perfectamente programada y con frases previamente pensadas según las reglas del marketing moderno
En ese contexto, también desaparecieron el guarda y el maquinista, el ferroviario de overol que pasaba en bici frente a mi casa. Había que hacer más eficientes las empresas, tecnificarlas, modernizarlas. Y nos pareció que estábamos mejor, más confort, más eficiencia, mejores resultados… pero menos humanos, menos seguros.
Quizá tragedias como las que vivimos nos hagan repensar estas cosas, si lo más importante son los resultados o las personas . Si para vivir felices en este mundo que transitoriamente habitamos necesitamos más servicios a través de los celulares o más tiempo para el afecto y el espacio compartido. A adónde nos están llevando las tecnologías y el “Dios mercado”?, cuán despersonalizados vivimos en un mundo cada vez más virtual y menos humano?.
Quiero que nos cuidemos más, que volvamos a sentirnos seres de carne y hueso, que seamos más fraternos y solidarios, y que vuelva, que vuelva el guarda del ferrocarril, con la banderita y su mirada atenta retándome si cruzo cuando las barreras están bajas…
Para que nunca más pueda cruzar las vías alguien que ponga en riesgo su propia vida.
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