Señor director:
Me dirijo a usted a los efectos de solicitarle tenga a bien publicar la siguiente carta en respuesta a la opinión del señor Daniel Natali.
Soy mamá de un ferroviario y maquinista, del cual me siento orgullosa que lo sea. Su papá también fue ferroviario.
Mi hijo, por unas horas o minutos, no le tocó venir conduciendo esa máquina; le tocó a su compañero... esa máquina que terminó en este terrible accidente, por el cual sufrimos mucho y lloramos el dolor de esta familia.
Señor, un maquinista es un trabajador, no un asesino como dice usted. Mi hijo es un excelente empleado. Siempre soñó con ser ferroviario como su papá y trabaja para mantener a su familia.
Defiendo así a mi hijo, pero sufrimos mucho y lloramos la pérdida de esta joven mamá y sus hijitos. No quiero recordar ese día tan terrible. Un beso a toda su familia.
También es cierto que andamos siempre apurados, corriendo, y no nos acordamos del subnivel. ¡Por favor, no corramos tanto, siempre se llega a tiempo!
Sufro mucho el dolor ajeno y ruego que nunca más pase esto tan terrible, a tal punto que creo que toda la ciudad lloró.
Y a usted, señor Natali, quiero decirle que si no quiere escuchar el tren, es porque desea que haya más desocupados. Si no quiere ruidos, como la bocina del tren, debe haber un lugar donde haya silencio... y creo que en ese lugar hay mucho silencio; ahí vamos a ir todos.
Perdón, pero yo estoy orgullosa de mi hijo. Cuando siento el tren, digo “ahí va mi hijo, está trabajando”.
Nuevamente perdón y gracias.
E. Q.
DNI 7557471
Nota de la Redacción: la opinión a la que hace referencia la lectora fue publicada el domingo pasado, en esta misma sección, bajo el título “Los trenes de la locura y la muerte”.
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