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1- Normand Zandrino. 2- José Miguel Marengo. 3- Collage digital: R. Olcelli, a partir de un trabajo de Jean Michel Folon y Milton Glaser |
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Juan llegó un poco después de la hora programada para la entrevista con una sonrisa que le iluminaba la cara. “Perdónenme la facha, pero conseguí trabajo de pintor”, dijo, y todos los que esperaban compartieron su alegría.
El nombre con el que vamos a mencionar a los cuatro liberados que dialogaron con EL DIARIO no es el real, porque para evitar ser más discriminados en la calle, optaron por pedir reserva de sus identidades. Digamos entonces que éstas son las historias de Juan, José, María y Marta, quienes, acompañados por los integrantes de la Pastoral Penitenciaria José Miguel Marengo y Normand Zandrino, desgranaron sus experiencias tras ser liberados.
Con la felicidad de poder tener un trabajo, Juan comenzó a relatar su historia. Vive en una casa del Plan Eva Perón, con sus dos hijos y sueña con tener la posibilidad de hacer una pieza más “porque la nena se está poniendo grande y no podemos estar todos en el mismo ambiente”.
Pero ese sueño parece lejano, porque le cuesta mucho conseguir trabajo. El tiempo en la cárcel, conflictos familiares y las barreras que pone la sociedad a un liberado, lo deprimieron. Por eso hoy está en tratamiento, procurando recuperarse anímica -y este último trabajo lo ayudó- y físicamente, dado que apenas pesa 50 kilos. “Es difícil cuando me salen trabajos en donde hay que hacer fuerza. Pero ahora estoy pintando una casa”, dijo.
Antes de ser condenado, Juan tenía un trabajo estable, en blanco. Cuando volvió, le dijeron que no había más lugar para él.
Cuando confían, confío
José es un hombre fuerte que acaba de ser abuelo y quiere mantenerse en el camino que se trazó hace un tiempo: vivir honestamente, cueste el esfuerzo que cueste.
No niega un pasado de delitos donde “ponía en riesgo mi vida y la de los otros”. Empezó en esa huella cuando tenía 12 años y hoy, sabe que debe y puede volver a empezar.
“Cuando me propuse vivir del trabajo tuve suerte y conseguí un buen empleo. Pero claro, no sabían que había estado preso”, dijo. Como era un empleado correcto y eficiente, a los tres meses le pidieron los papeles para blanquearlo. “En lugar de ponerme contento, supe que me tenía que ir. ¿Cómo le iba a decir que había tenido tres condenas?” Así le pasó otra vez y a la tercera, tuvo más suerte. “Me animé, afronté la situación y puedo decir contento que hace un año que estoy trabajando en el mismo lugar.”
Claro que no es fácil. El delito, pese al riesgo, le ofrecía una vía rápida para conseguir dinero. Para un trabajador, en cambio, es más dificultoso y no siempre se llega a fin de mes. “Pero cuando me pasa que estoy agobiado por la falta de plata, me acuerdo de lo que un día me dijo el fiscal (Gustavo) Atienza: ‘Es mejor tomar mate cocido abajo del puente, que perder la libertad’. Y tiene mucha razón”, afirmó.
Una de las cosas que lo fortaleció, fue la confianza de su suegra. “Ella no me creía que iba a andar bien. Y hace poco, me dijo que estaba orgullosa y contenta. Creo que cuando los seres queridos confían en vos, se te hace más fácil.”
Prejuicio
María tuvo que superar menos barreras laborales. “Yo pude volver al trabajo que tenía antes de cumplir mi condena”, recordó.
El problema en ella fue el de los prejuicios sociales. “Ya no fue lo mismo, ni en mi familia, ni en el barrio”, indica.
Con formas sutiles de discriminación, ella fue siendo separada de los espacios y afectos que antes la acompañaron. Pero ahora no le importa demasiado. Se la ve feliz, con su pequeño hijo al que considera “una bendición y un gran motivo para luchar”. “Por todo eso, decidí no volver a caer en el abismo”, agregó.
Transición
Se le nota a Marta que es una convertida. De ser una “guerrera” constante, hoy es una mujer alegre y de infinita ternura que puede expresar lo que quiere y lo que siente. “A mí me parece que es más fácil insertarse cuando vas saliendo de a poco, cuando te dan un período de transición”, indicó.
Y dio su ejemplo. Cuando todavía estaba presa, ella salía en el día o algunas horas, trabajaba en el galpón de la Pastoral haciendo panes y sus hijas venían a retirar el producto del trabajo para venderlo.
Hoy, ya liberada, sabe que está controlada por la Justicia. “Ellos saben lo que hacés. A mí me hicieron un allanamiento a los dos días de salir, así que fui a Tribunales y le pregunté si para eso me largaban”, dijo. “Sería bueno que si saben todo de una, que sepan cuándo hace falta medicamento, comida, techo y te den una mano”, razonó.
Pese a todo, pudo volver a empezar. Primero con un empleo y hoy, con un microemprendimiento.
Con una férrea decisión está convencida de que no quiere volver a caer. Prefiere la libertad.
Todos podemos cambiar
Después de escuchar las historias de los cuatro liberados, Normand Zandrino y José Miguel Marengo explicaron que “no darles una oportunidad es creer que nadie puede cambiar. Es no tener esperanza en el hombre”, dijeron. “Y eso no es así. Todos podemos cambiar.”
“Nos pasa hasta con gente que está en la misma barca -cristianos- que cuando le ofrecés a un liberado para que le hagan un trabajo que necesitan te dicen: ‘No me traigas problemas’”.
Ellos procuran dar capacitación y herramientas para que tengan algo para empezar. En un galpón de barrio Belgrano hay elementos de soldadura, una fosa para arreglar autos y hornos para panificación. “Pero nos hace falta más. Nos hace falta gente que nos ayude, recursos para comprar más herramientas y fundamentalmente, empresas y personas que confíen, que den trabajo a los liberados. Van a ver que de esta manera, se reducen las posibilidades de que alguien reincida en el delito.”
“Creo que todos tenemos que tener en claro que cuando alguien sale de la cárcel, ya pagó su deuda con la sociedad, son hombres y mujeres libres que necesitan otra oportunidad”, concluyeron.
Patricia Gatti
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