Todo tiene un final, todo termina, dice Vox Dei en su canción. Y es cierto. Qué lejano parecen ahora los años y cómo se acercan al mirar las fotos.
Si hasta el último de los cines del centro se fue a vivir lejos y dejó sin cartelera a la calle Corrientes.
Si el mundo de los chicos de El Santo llegaba hasta la canchita del barrio Lamadrid. Allí llegaba y terminaba. Un mundo que fueron construyendo de a poco.
Pero de pronto esos chicos van a comprender que hay otro mundo lejos del barrio. Otro mundo en otro barrio.
La canchita de baby de El Santo es ahora un terreno vacío y desolado. Tuvo su final anunciado y las muecas de tristeza adornan los rostros de los pibes que pasan en bici para ver cómo ha quedado. O para no ver nada.
Tienen un nuevo espacio lejos de la querencia. Una nueva cancha con nuevos vestuarios. Allá donde Alumni se fue a vivir con su fútbol. Ha progresado Alumni y a ese progreso se ha llevado a El Santo.
Entonces, empiezan a florecer los recuerdos del pedazo de tierra que ha quedado a oscuras. Sin gritos de gol, sin siestas con mates, sin vecinos matizando los domingos. Allá no hay vecinos, o los habrá con el correr del tiempo.
Si habrán pasado grandes jugadores por ese pedacito de tierra del barrio Lamadrid. Grandes jugadores de todos los clubes de baby que después desplegaron un abanico de destinos.
Y quedará seguramente en el recuerdo el emblema que orgullosamente eleva El Santo al fútbol del país y el mundo: Mauro Rosales, que allí ensayó sus primeras gambetas para llevarlas después a Rosario, a Holanda y a Buenos Aires.
Nada menos que Mauro empezó a acariciar la pelota en la canchita de El Santo. Nada menos que el Mauro que trajo a su ciudad y a su barrio una medalla dorada del máximo espectáculo deportivo mundial: los Juegos Olímpicos.
Ver arrancar los arcos que tantos años estuvieron clavados en la canchita de El Santo fue una herida inevitable. Fue un trasplante doloroso.
Pero todo tiene un final, todo termina. Los cines y las canchitas que se transforman en nostalgias y que ahora nos acercarán las décadas al mirar las fotos.
Costará a los chicos de El Santo acostumbrarse a su nueva casa de fútbol, lejos del barrio que los vio nacer. Es linda, coqueta y tiene unos hermosos vestuarios. Aprenderán a quererla con el tiempo, seguramente.
Pero llegarán a ella con lágrimas... con lágrimas de frescos recuerdos. Como cuando se termina la primaria y se deja la escuelita de todos los grados.
Elevamos nuestro homenaje a la canchita de El Santo, de tantos sueños, de tantos goles y de tantos títulos. Para que viva en el recuerdo de quienes por allí han pasado... jugando o disfrutando.
Ha quedado un espacio vacío y triste, como cuando un amigo se va. Ha quedado un terreno baldío, donde los chicos jugaban a la pelota...
Semillero
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