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2 de Septiembre de 2008
Al calor de un país “bendecido”por la fertilidad fueron surgiendo las fábricas y las industrias en la Argentina
Una fuente de desarrollo, riqueza y trabajo
Los primeros pasos industriales a escala fueron dados por los saladeros, emprendiemientos que procesaban y exportaban carnes y cueros
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Velocidad y confort era el lema de Fiat Concord cuya planta se instaló en Córdoba

La Argentina fue rica desde fines del siglo pasado, cuando la fértil pampa húmeda le dio una fortuna especial, compuesta por carne y cereales, que superaba el consumo interno. Los pueblos de mayor poder adquisitivo pagaban buen precio por estos productos, lo que permitía satisfacer las demandas de productos manufacturados, con estos ingresos, mediante la importación.
Con el paso del tiempo, los precios de esos productos primarios tendieron a la baja y la Argentina perdió su ventaja relativa. Otros países aprendieron a producir carne y cereales en mayores cantidades y a menores costos.
La solución efectiva a este problema consistía en pasar del sistema agrario al fabril, alentando la producción de nuevos bienes y creando mayor riqueza, imitando los planes de desarrollo de otros países.
Esa salida fue trabada por varias causas y fuerzas sociales, internas y externas, a lo largo de los años. Los promotores enfrentaron durante mucho tiempo el poder de quienes se oponían al cambio. La añoranza del paraíso pasado al que muchos querían volver, fuera o no posible, y la presión de ideas e intereses contrarios, hicieron que la transición a la sociedad fabril resultara un combate con suerte adversa y poca claridad.
Los primeros pasos industriales a escala fueron surcados por los saladeros, los que procesaban y exportaban carne y cueros. Estos fueron instalados a partir de 1810 en Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos. Los elementos y métodos de procesamiento eran simples y rudimentarios en sus comienzos. Luego del año 1830 se generaron reformas en los sistemas productivos de la mano de inmigrantes europeos, quienes aportaron sus conocimientos técnicos.
Las fábricas en la Argentina en esos años eran emprendimientos artesanales proveedores del mercado interno: panaderías, fábricas de fideos, jabones, licores y cervezas.
Con el desarrollo del ferrocarril se buscó desarrollar nuestro país, imitando lo sucedido con la industria siderúrgica en Gran Bretaña. Esto originó un mejoramiento del sector agrario argentino y un desarrollo del sector metalúrgico británico, dado que se compraban locomotoras, rieles y equipos a fábricas de este origen. Se creó una de las redes ferroviarias más extensas del mundo sin crear la más mínima actividad fabril promovida por ella.
El Gobierno de turno buscó generar esta actividad invirtiendo directamente en la construcción de ferrocarriles (ferrocarril del oeste) y equipándolo con elementos de fabricación nacional. Esto dio auge a las primeras industrias siderúrgicas argentinas, las que fueron desmanteladas, se vendió el ferrocarril a capitales ingleses. Los intereses externos y la debilidad de los gobiernos postergó el desarrollo de emprendimientos locales.
Los pioneros

Con el crecimiento de la ciudad de Buenos Aires y su evolución, dada la concentración de la riqueza, el desarrollo de importantes obras públicas y el flujo de inmigrantes, se produjo un incremento en la demanda de bienes. Si bien la mayoría de esa demanda era satisfecha por la importación, la cercanía a los consumidores ofrecía un factor atractivo para quienes osaban establecer nuevas actividades. Esto originó el establecimiento de numerosos pequeños emprendimientos dedicados a satisfacer esta demanda en aumento. Los empresarios, en general, eran extranjeros llegados al país portando conocimientos técnicos o prácticos de la rama en la que se instalaban, con un pequeño capital propio o prestado, en escalas productivas muy modestas.
A partir del año 1860 se destacaron los emprendimientos de Bieckert, Bagley, Noel, Peuser, Bianchetti y otros inmigrantes.
Si bien sus negocios se concentraron en bienes de consumo donde contaban con la cercanía del mercado, como alimentos, bebidas e imprenta, hubo casos atípicos: fundiciones y talleres mecánicos (algunos de dimensiones considerables).

El despertar

Las últimas décadas del Siglo XIX registraron un veloz crecimiento de la economía. Las exportaciones se expandieron y permitieron pagar las importaciones y una parte de la deuda con el capital extranjero. La ciudad de Buenos Aires se convirtió en una de las principales urbes del mundo, ofreciendo un mercado altamente tentador y de oferta de trabajo. La red ferroviaria, conectada a los principales puertos, promovió el desarrollo de algunos polos del interior del país donde actuaban La Forestal, los ingenios azucareros y las bodegas de vinos.
La mayor parte de las instalaciones fabriles registradas a finales del siglo pasado nacieron ya grandes, basadas en sectores protegidos y beneficiados por causas naturales o por medidas oficiales. Se ubicaron en su mayoría en Buenos Aires, Tucumán y Mendoza.
Paralelamente comenzaron a notarse los primeros síntomas del desarrollo fabril en Córdoba y Rosario.
Los frigoríficos comenzaron a remplazar a los saladeros y a exportar principalmente a Gran Bretaña. Pronto, un grupo de grandes empresas dominó todo el negocio frigorífico, siendo en su mayoría de capitales ingleses.
El frigorífico Sansinena se instaló en Avellaneda, siendo por un tiempo el único situado en la urbe. Su criterio de ubicación es seguido luego por otras empresas, lo que transforma a Avellaneda en el centro de procesamiento de carne.
La industria frigorífica en sus primeros años estaba formada por sólo siete plantas, todas muy grandes, de las cuales tres estaban ubicadas sobre el Riachuelo, tres en Zárate-Campana y la restante en La Plata.
El impulso exportador llevó a la oferta de carne argentina a captar el 64 % de las importaciones británicas en 1912 (único mercado abierto a la importación de carnes).
A partir de 1905 nuestras exportaciones lograron superar al mayor exportador del momento, Estados Unidos.
Esto provocó que frigoríficos de capitales norteamericanos se instalaran en el país y compraran algunos establecimientos existentes, consolidándose como nuevos desafiantes en el oligopolio reinante. Estos fueron Swift y Armour, los cuales generaron un shock y un punto de inflexión en la evolución del sector. El negocio se repartió entre norteamericanos y británicos, dominando el sistema y determinando los precios.

Crece la manufactura

En el rubro textil, se instaló en Buenos Aires la Fábrica Argentina de Alpargatas, compuesta por capitales argentinos e ingleses (con mayoría de este último). Asombró por su tecnología y capacidad, dando ocupación en sus primeros años a 530 operarios. Por su tamaño, esta empresa dominaba la actividad en la Argentina, primero en la fabricación de alpargatas y luego en otros productos en que fue diversificándose.
En 1889 se instala una nueva planta textil: La Primitiva. Se dedicaba a la fabricación de sacos y lonas impermeables.
En 1892 el ministro del Interior se asombraba del crecimiento de la manufactura en los suburbios de Buenos Aires. Su informe señalaba 296 nuevas fábricas que ocupaban a 12 mil operarios.
En 1899, Otto Bemberg, fundó la Brasserie et Cervecerie Quilmes, que desplazó a Bieckert del liderazgo del mercado. La instalación de esta planta impulsó a León Rigolleau, un fabricante de vidrio, a instalar una nueva fábrica cerca de su principal cliente, para proveerlo de botellas.
En 1901 se fundó La Martona, dedicada a la elaboración de lácteos. En el mismo año se formó la Río de la Plata Flour Mills and Grains Elevators (Molinos Río de la Plata) en puerto madero, con una capacidad de molienda del 10% del trigo cosechado en el país.
En el rubro metalúrgico surgieron las empresas Tamet y La Cantábrica.

El informe sigue en las páginas 26 y 27

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