Llegó diciembre... un mes que, por lo general, anhelamos todo el año, pero al llegar renegamos de él porque implica que otro año ha pasado... que el tiempo se nos ha escurrido y muchos proyectos han quedado en el camino.
Es verdad que cuando se inicia esta época de fiestas, de celebraciones, se inicia junto con ella una carrera contrareloj para comprar todos los regalos, el vestido que estrenaremos en la noche tan esperada del 24, lo que comeremos y beberemos ese día, cómo decoraremos el hogar, el árbol, complacer a los niños en sus pedidos a Papá Noel, asistir a las reuniones de fin de año con nuestros compañeros de trabajo, de estudio, nuestros amigos, en fin...
Son tantas las actividades que ocupan nuestra vida y nuestro tiempo en este mes, que dejamos de ver y de sentir su esencia.
Nos olvidamos qué es lo que celebramos el 24 de diciembre de cada año. Olvidamos el motivo que nos convoca y confundimos ese día con nada más que una fecha especial en la que acostumbramos hacer regalos, comer, divertirnos y pasarlo en familia.
Todo esto es bueno, pero no perdamos de vista lo importante. Despertemos porque lo que se celebra el 24 es el nacimiento de Jesús.
“Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es Cristo, el Señor...” (Lucas 2:11).
Más que celebrar un feriado, en el que como se escurrió nuestro tiempo durante el año, así también se escapa nuestro dinero con todos los preparativos, este 24 de diciembre, o mejor aún durante todo el mes del año que se inicia, probemos esto: detengámonos un segundo, paralicemos los relojes, reflexionemos sobre quién es el que cumple años en esta fecha, quién es el que merece los regalos.
¡Sí, señores! Celebramos el nacimiento de Jesucristo. No es sólo en una fecha específica. La Navidad es cuando Jesús viene a morar en la vida de los que le aceptan.
En estas fechas, y por el resto del año, celebremos el nacimiento del Niño Jesús. Porque aquel Jesús que nació en un pesebre, que vivió como hombre, sufrió y murió como tal, que resucitó al tercer día, y hoy está sentado a la diestra de su Padre en los cielos, está esperando renacer en nuestros corazones.
De nosotros depende que le abramos la puerta de nuestra vida para que El entre a ella, y este año festejemos una Navidad diferente porque pudimos entender que era Jesús el motivo de nuestra celebración. Celebración a la que, a partir de hoy, se sume la dicha de haber alcanzado la promesa de la salvación por haberlo aceptado y confesado como nuestro único Señor y Salvador, que murió en una cruz y resucitó tan sólo por amor a nuestras vidas.
Sí, “...porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo un ejemplo para que todo aquel que en El crea no se pierda, mas tenga vida eterna...” (Juan 3:16).
Rocío Ferreyra
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