Escribe: El peregrino impertinente
Los hoteles de mayor categoría de Copenhague se vieron desbordados. La Cumbre de la ONU sobre cambio climático era la excusa perfecta para que un vendaval de funcionarios arribara desde todos los rincones del mundo. “Tenemos que salvar el planeta”, vociferaban, casi rasgándose las vestiduras.
Cada país llevó lo suyo. Y no sólo hablamos de presidentes, primeros ministros y cancilleres: secretarios, abogados, escribanos, expertos en medio ambiente, científicos, biólogos, odontólogos, plomeros, torneros y panameños, entre otros profesionales, compusieron los famosos “equipos técnicos”.
Se comieron como dos semanas los “mostros”, debatiendo y “trabajando” para resolver el problema del calentamiento planetario. Y al final, ni chicha ni limonada. Más bien naranja. El documento final, elaborado a los ponchazos entre los capos dil tutti capi del globo, reza algo que en criollo se podría traducir como “Vamos a ver si nos recatamos con la contaminación, pero a decir verdad lo más probable es que no nos recatemos nada.”
Puro bla bla bla
Dicen que fue un descontrol. Que Lula estaba furioso. Que Sarkozy se sacó y empezó a gritar como loco, urgido por lograr un acuerdo. Que el presidente chino se cruzó con Obama y discutieron acaloradamente. Que el Evo bardeó a todos, pero nadie le dio pelota. Que el presidente de Sudán hizo otro tanto, y menos pelota le dieron (¿nunca escucharon la frase “tiene menos peso diplomático que presidente de Sudán”?). Y hasta la reina Margarita II de Dinamarca habría dicho que el mitin fue “un bajonazo” y que los líderes mundiales “hicieron cualquiera”.
Suerte la de estos tigres reunidos en el norte europeo. Un extenso asueto en el que pudieron disfrutar de la plaza del Rey, la iglesia de Federico, la Opera de Copenhague y otras postales de la capital danesa. Y encima con todo pago. La verdad es que así da gusto salir de vacaciones.
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