Escribe: Pepo Garay (Especial para EL DIARIO) Distinta. Porque comparte los atributos típicos de las localidades serranas, pero con un plus que la diferencia del resto, que la enaltece. Ese plus lo compone su patrimonio arquitectónico, único en la provincia, orgullo de la ciudad. Ladrillo sobre ladrillo, la historia perdura en muros, torres y fachadas. Es evidente: Alta Gracia ofrece mucho más que un cauce de agua y montañas. Distinta, pues. Patrimonio histórico de la Humanidad La columna vertebral de la ciudad dispone la dirección de las miradas. Enclavada en la zona central, la estancia jesuítica es el estandarte elemental de Alta Gracia. Patrimonio Histórico de la Humanidad desde el año 2000, la enorme morada atrae con su legado. Fue obra de los jesuitas, aquellos misioneros provenientes del viejo continente que marcaron la identidad arquitectónica de la provincia. Y aunque sus obras no se limitaron a la construcción de edificios, es en éstos donde el viajero encuentra las huellas más notables de aquella herencia europea. Para comprobarlo, basta con adentrarse en la famosa estancia. Desglosar sus pasillos, salas y jardines es regodearse con la impronta que marca su pasado. La composición es fascinante por donde se la mire. El museo Virrey de Liniers, que funciona en su interior, no hace más que aportar anécdotas y datos de interés. Así, los relatos que dan vida a las tradiciones e ingeniosos sistemas de organización inventados por los jesuitas, se mezclan con aquellos que involucran a importantes personajes de la política argentina, masones y poderosos terratenientes, entre otras curiosidades. Más obras jesuitas La iglesia parroquial de la ciudad también forma parte del complejo. El templo es tan modesto como bello, alejado del lujo y la ostentación. La nave conecta con el patio mayor de la Estancia, conformando un todo digno de apreciar. De estilo barroco, el santuario fue construido en el año 1643, conjuntamente con el resto de la obra. Desde entonces, los feligreses acuden aquí para rezar y limpiar sus pecados. Hay silencio sepulcral y modesta vestimenta. Hay también cuchicheo, bronceador y pantalones cortos. Locales y turistas se mezclan entre los bancos de madera. Bien cerquita de allí, aparece el Tajamar, otro emprendimiento de la Compañía de Jesús. El dique contrasta con el cemento y el calor del municipio. De gallarda estampa, sus aguas están enmarcadas por una inmensa muralla de ochenta metros. Una soberbia torre reloj corona el escenario. Además de estas dotes, en la cabecera del valle de Paravachasca también se asoman construcciones que delatan la intervención de los de la orden de Ignacio de Loyola. Las ruinas del molino, el obraje textil y el antiguo horno ubicado en el sistema de acequias, son alguna de ellas. Todo ello rodeado por una villa prolija, cuidada en las últimas décadas hasta en los apliques de piedra negra realizados en el mobiliario urbano de la calle principal y de los más importantes paseos públicos. La "otra" Alta Gracia Totalmente desligados de la tradición jesuita, sitios como el Museo Che Guevara (que funciona en la casa donde transcurrió gran parte de la infancia del revolucionario), el otrora Sierras Hotel (hoy moderno hotel y casino) o la gruta de la Virgen de Lourdes, suman atractivos a esta hermosa ciudad de algo más de 50 mil habitantes. Casi como engalanando el conjunto histórico, las montañas dan a su vez el presente. Con timidez, las formaciones rocosas apenas espían las joyas del centro. Un cauce de agua suma su murmullo, siempre en segundo plano, pariente del anonimato. Y es que en esta parte de las serranías cordobesas, su protagonismo se ve eclipsado. Aquí, la historia es la auténtica estrella.
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