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El peregrino impertinente
Los mongoles sí que viajaban. Viajaban, acampaban, festejaban, bailaban. Sinónimos todos de una misma pasión, de una misma filosofía: hacer cualquier cosa menos laburar. Destacados jinetes, deambularon por toda Asia, llegando a conquistar uno de los imperios más grandes de la historia. Eso fue allá, en el Siglo XIII.
Por aquel entonces, no hacía falta contratar a un guía turístico para alejarse dos cuadras y media del hotel. Los tipos levantaban campamento y marchaban, sin dramas. A su paso, se maravillaban con los paisajes que el camino les regalaba. A su paso, también mataban, quemaban y violaban. Así le dieron vida al famoso “turismo alternativo”.
Traigo a colación aquí algo que viene muy a cuento de estas prácticas mongoles. Hace poco tiempo, retomando unas lecturas (porque decir “retomar lecturas” queda mucho más bucólico y rimbombante que “leer” a secas), descubrí una frase fascinante: “Los mongoles no eran crueles, simplemente desconocían la piedad”. Maravilloso. El autor quiso salir en su defensa., pero medio como que los fusiló. En otra época se lo hubieran lastrado con arroz y sidra.
Se les vino abajo
Lo cierto es que los mongoles, de la mano de su todopoderoso emperador Gengis Khan, viajaron mucho, muchísimo. Viajando conquistaron China, que no es moco de pavo se imaginarán. Viajando descubrieron las más diversas civilizaciones que poblaron aquel continente infinito. Viajando, en fin, se hicieron fuertes y respetados. Y viajando se les cayó todo a pedazos: Mongolia es hoy una nación pobre y casi vacía, siendo el país con menor densidad de población del mundo (un promedio de apenas 1,74 habitantes por km2). Están de espaldas. Ya no viajan a ningún lado.
Pobres mongoles. Hasta los caballos se tuvieron que morfar. Destino traicionero el de estos muchachos. De cualquier forma, ¿quién les quita lo bailado?
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