|
|
|
|
|
|
|
Carmelo... O la vida dentro de una postal |
|
|
|
|
|
Escribe:
Pepo Garay (Especial para EL DIARIO)
Se dice que son tranquilos. Que son pausados. Que no se estresan. Se dice de los uruguayos. Esta vez, la generalización no es errónea. Los habitantes del otro lado del Río de la Plata viven a un ritmo diferente, ameno y relajado. Como si cada movimiento estuviese antecedido por una sabia reflexión, por un calmo análisis de las cosas.
Este proceder se disemina con fluidez, inyectando el ambiente. Pareciera que el suelo mismo absorbiera esa paz, creando una atmósfera de infinita serenidad. El comportamiento humano contagia la tierra y el entorno, creando lugares dignos de ser admirados. Como Carmelo, criollo y apuesto, estandarte natural de la idiosincrasia uruguaya.
@ De costa a costa
Fundada por el caudillo José Artigas, allá por 1816, la ciudad descansa en las riberas del Río de la Plata. La privilegiada ubicación le otorga al municipio el contexto perfecto para relamerse en su armonía. Extensas playas configuran el semblante más amable de la localidad, custodiadas por frondosos bosques y arboledas.
Allí, muchos argentinos se benefician con las recetas del paisaje. Una línea regular de transporte fluvial conecta a la villa con Tigre, cercana a Buenos Aires, lo que facilita el arribo de compatriotas a las impecables arenas de la costa carmelitana.
No obstante, el volumen de las corrientes turísticas no alcanza ni por asomo los niveles de la costa marítima del Uruguay. Así, Carmelo se da el lujo de conservar su autenticidad. No es un dato menor.
@ Entre paisanos
En la Plaza Independencia, en el corazón urbano, también se respira la esencia de Carmelo. Niños, jóvenes, adultos y viejos, todos comparten el espacio, configurando sendas reuniones sociales. Anécdotas, chismes, bromas y leyendas le dan vida a ese tesoro que los uruguayos conservan como pocos pueblos en el mundo: el diálogo. Charlando se pasan las horas, siempre acompañados por un mate, ladero insustituible en estas regiones.
Es de la mano de un porongo que Francisco, un lugareño ya entrado en los cincuenta, discurre sobre las bondades de Carmelo: “Para mí éste es el mejor lugar para vivir. Acá estamos tranquilos, casi ni conocemos lo que son los robos o la violencia. Tenemos las playas, el río, la naturaleza, buen clima… y la gente por supuesto. No puedo pedir más. A pesar de lo dura que está la economía, yo de acá no me voy por nada del mundo”, se pavonea, con la seguridad de quien demuestra en los hechos lo que sostiene con la palabra.
@ El río, la playa
Las usanzas de los 16.000 franciscos que pueblan Carmelo se desparraman por toda la comarca, nutriendo el carácter local. El ambiente de camaradería y amistad se advierte tanto en Playa Seré (núcleo de la movida turística), como en el Balneario Zagarzazú (mucho menos concurrido, a solo 7 kilómetros del centro) o el Arroyo Las Vacas, que divide al segundo mayor municipio coloniense en dos.
Fortaleciendo aún más la fraternidad de Carmelo con el Río de la Plata, el Atracadero de Yates argumenta su protagonismo en la zona, a partir de las más de 200 embarcaciones que hospeda diariamente.
Más alejadas, las estancias De Carbona y Calera de las Huérfanas aportan aún más color al contexto general. Con sus capillas y gruesos muros, estas señoriales residencias le dejan la puerta abierta al pasado. Sus alrededores ofrecen paseos rurales por fincas y viñedos, a modo de encuentro con alejados parajes.
@ Virtuoso Carmelo
Durante la noche, dos casinos aparecen para divertir a turistas y vaciar bolsillos nativos. Las luces también destellan desde la fachada del Four Seasons Resort, el más famoso y exclusivo de los hoteles locales.
Sin embargo, estos emprendimientos modernos no han logrado opacar las virtudes de Carmelo, que sigue fiel a su estrella. Fortín de ferviente signo uruguayo, con el temple forjado en épocas de antaño.
Otras notas de la seccion El Diario Viajero
Una alternativa a Puerto Madryn
Lo árido y lo verde haciendo magia
Mortadela estaba el mar
La gran maravilla de Oceanía
Ver, sentir y admirar
|