Escribe


Pepo Garay
especial para EL DIARIO


Cuchi Corral no tiene intendente. Ni iglesia, ni plaza, ni estación de Policía. Ni siquiera tiene habitantes. ¿Cómo dice? ¿Un pueblo que no tiene habitantes? ¿Dónde se ha visto? Déjeme terminar: sin habitantes, porque ni siquiera es un pueblo. Cuchi Corral descansa huérfano en las antípodas de Punilla. Vive en el ostracismo, exiliado. Es apenas un espacio remoto. Aunque, siendo el umbral de las sierras profundas, ese “apenas” está de más. Acérquese al borde. Mire por la ventana y disfrute de las bellezas recónditas de nuestra querida Córdoba.

La invitación

Allá en el norte del valle, donde la siesta es mandamiento, los jardines montañosos se suceden uno tras otro. Impecable combinación de verdes, decoran los caminos que se abren, fragmentándose al compás de las colinas. Uno de ellos quiebra ondulaciones y el orden mismo, derrapando hacia la izquierda, justo en frente de la localidad de La Cumbre. Después sigue entre vaquitas y baqueanos, hasta dispersarse.
Entonces hace su aparición el aludido. Se plantó ahí en un acto de osadía, propio de los rebeldes. Anciano pero vital, Cuchi Corral nos invita a gozar de sus dominios. “Bienvenidos, tomen asiento” invita.
Trae costumbres propias de los tiempos viejos: convida con poco, pero de lo bueno. Abre la cortina y se da lo que se daba. Calidad incomparable, la panorámica quita el aliento. Allí están las sierras, en todo su esplendor. Desiertas y salvajes, tal como la conocieron los Comechingones.

¡A volar!

El paisaje se extiende por el horizonte, señalando allá abajo el contoneo del Río Pintos, cauce que le da nombre a ese particular valle. Un feroz precipicio nos separa de aquel espejismo. Sentado sobre las inmensas piedra, y casi adoptando el comportamiento de un águila, el viajero observa todo con devoción. Suspira y anhela.
El deseo de obtener alas y planear, no es suficiente para llegar. Nos inclinaremos entonces por otro tipo de recursos. La opción tradicional es abordar la derruida carretera que tras un largo recorrido, culmina en las adyacencias del Río. La otra, mucho más desafiante, es encomendarse a los vientos y lanzarse por los aires en aladelta o parapente.
Quienes se han animado a la aventura, cuentan que la experiencia no tiene parangón. “Inolvidable” e “Indescriptible” son los adjetivos que más utilizan a la hora de materializar sentimientos en palabras. Lanzarse a volar desde la rampa natural de Cuchi Corral resulta una actividad obligada para muchos de los extranjeros que visitan la provincia. La mayoría de los cordobeses aún estamos ahorrando coraje.

Visita a los vecinos

Antes o después de la visita al mirador de Cuchi Corral, conviene darse una vueltita por los vecinos de Punilla, verdaderos clásicos del turismo nacional. Así encontramos La Cumbre, con su señorial impronta, basada en antiguas casonas inglesas y extensos parques cercados por laderas. O Los Cocos, encantador pueblo de montaña, dueño de todas las características propias de las localidades serranas.
También aparece la Estancia del Rosario, tradicional lugar de esparcimiento donde se fabrican algunos de los más deliciosos alfajores cordobeses. Y después La Falda, bendecida por el Río Grande, quebradas, cascadas, y el famoso Hotel Edén, Villa Giardino, auténtico botánico de la zona, Huerta Grande, con su rica historia y apuesto balneario…la lista, por suerte, es interminable.
Aún así, ninguna de estas alternativas tiene la inmensa virtud de condensar, en unos pocos metros cuadrados, la belleza y las bondades visuales que ofrece nuestro bohemio amigo. Gracias Cuchi, hasta el próximo encuentro.