En el diario personal de los dos hermanos oriundos de la ciudad, que emprendieron el soñado viaje al Camino Sagrado de los incas se repetirán numerosas palabras: angustia, desazón, miedo, enojo, impotencia, llanto, tranquilidad. Todas relacionadas con los sentimientos.
En esos diarios virtuales o reales estará una odisea que jamás se esconderá en las cuevas del olvido: las vivencias en Perú, el tránsito por las altas montañas, la desesperación en Aguas Calientes, el maltrato y las amenazas en Cuzco.
María Victoria Bianco y su hermano Alejandro ya están de regreso en la casa paterna y la mujer que hizo carrera como modelo y periodista en Buenos Aires se encargó de contar a EL DIARIO las peripecias de una travesía que parecía surgida de la Caja de Pandora.
“Sentí que no tenían respeto por la vida, ellos lo sabían, todo el mundo sabía las consecuencias de las lluvias y me pregunto por qué nos dejaron ir...” El sentimiento, la reflexión de María Victoria frente a los acontecimientos que dispararon más de tres mil personas varadas en Aguas Calientes sin haber podido llegar a las ruinas de Machu Picchu.
Susana, su madre que contó el maltrato sufrido en Cuzco y publicado en la edición del viernes, no conoció toda la historia. Los hijos, para tranquilizarla, le contaron nada más que una parte.
Los hermanos compraron en la agencia Pumas Treck de Cuzco, el paquete de 380 dólares que les permitiría hacer el Camino del Inca: de Cuzco al kilómetro 88 en colectivo y luego caminando durante cuatro días. “De octubre a marzo es la época de lluvias, dicen que en la semana del 19 al 25 cayó (por la lluvia) lo que cae en seis meses. Hicimos el camino bajo la lluvia, estaba previsto caminar durante seis horas, y después descansar. Eran cuatro días caminando y tres noches durmiendo. Salimos de Cuzco 250 turistas y 250 ayudantes, entre guías y los porteadores que son los que te hacen de comer y arman las carpas...”, recuerda María Victoria.
Frente a frente con la periodista muestra el mapa, tiene anotaciones con el camino recorrido, papeles con datos y una copia de la denuncia realizada a su agresora. Sus manos se mueven rápido. “No es un sendero común, nos encontrábamos con piedra y teníamos que estar esquivándolas. Nosotros que somos de Córdoba sabíamos que algo estaba mal, los guías hablaban entre ellos en quechua y luego nos decían que nos tranquilizáramos. Pero nosotros nos dábamos cuenta del peligro... con mi hermano nos cuidábamos mutuamente.”
Al tercer día de caminata llegaron al lugar llamado Wiñay Wayna.
“Teníamos que cruzar el río, nunca había visto un río tan crecido, cruzamos el puente corriendo (después se cayó) y cuando llegamos a Aguas Calientes nos enteramos de todo el panorama.”
La experiencia había dejado de ser gratificante. A pesar del peligro los habían llevado igual. “Fue todo negligencia y jugar con la vida de las personas. Vos pagás el servicio y te lo dan, mal y aunque te mueras, no te dan derecho a reclamar...”
El recuerdo de esos días está latente, se percibe en su mirada. “Había chicos que fueron llevados caminando sobre las vías del tren, el río se había comido la tierra bajo las vías, una negligencia total.”
En Aguas Calientes se encontraron los diversos contingentes. “Es un país que ata todo con alambre, peor que nosotros...”
Impotencia total
En Aguas Calientes, había más de tres mil turistas. “El alcalde nos habló, nos dijo que no nos preocupáramos que iban a mandar helicópteros a socorrernos. Terminó el discurso diciendo ‘que Dios nos ayude’”.
El final no fue alentador y muchos menos llevó tranquilidad. “Los guías desaparecieron todos, nadie se quedó a cargo del grupo y la evacuación fue muy rara...”
Entre las rarezas estuvo presente la corrupción. “Nos cobraban todo muy caro, un litro de agua que costaba dos soles la vendían a cincuenta soles. Ellos especulaban con nosotros, sabían que iban a tardar en rescatarnos...”
Comiendo de una olla popular montada en la plaza, durmiendo en los vagones del tren fueron pasando las horas y aumentando la desesperación.
“El primer helicóptero que llegó hizo tres o cuatro viajes. Dijeron que tenían prioridad ancianos y niños pero se fueron los americanos y europeos que pagaban sobornos de cuatrocientos y quinientos dólares para que los saquen... Impotencia total, ver cómo jugaban con la vida de la gente.”
Ni planes ni nafta
“Nos dimos cuenta que no sabían cómo evacuar a la gente. No había plan, luego nos enteramos que el Gobierno cuzqueño no tenía nafta para los helicópteros y le pedía plata a los otros países. El segundo día llegaron los helicópteros de la DEA y subieron a los americanos.”
A esta altura, la desesperación y la rebeldía ganaba las calles. “Se armó una especie de rebelión de los turistas, hubo forcejeos, discusiones, nosotros tratábamos de conservar la calma, teníamos derecho a enojarnos pero sabíamos que era peor. En eso, mi hermano me tranquilizaba. Mucha gente hizo locuras y se autoevacuó por el camino de la alta montaña. Ante la desesperación cada uno actuaba como podía. Nosotros esperamos.”
El regreso a Cuzco
El tercer día lograron subir a un helicóptero y emprender el regreso a Cuzco. “El tercer día evacuaron a casi 900 personas, creemos que lo hicieron pensando que si seguía lloviendo la situación podía empeorar ya que arriba de Aguas Calientes hay un dique que si se llegaba a romper...”
En Cuzco con declaración de emergencia ya declarada, las agencias seguían mandando gente al Camino del Inca.
“Lo que pasa es que Cuzco es la entrada de dinero más grande que tiene el Gobierno peruano. Toda la plata que se recauda por el Camino Sagrado va al Estado nacional. No queda en las localidades y es una caja importante, pero a costa de nuestra vida”, remarca María Victoria.
Seguidamente, agrega que “la chica que murió fue por negligencia”. “Le armaron la carpa abajo de una pirca (pared de piedra) y la lluvia fue derrumbando las piedras...”
Otra turista tuvo un accidente a las 3 y recién recibió atención al mediodía.
“Todo esto que pasamos y dónde estábamos decidimos no contárselo a mamá para no ponerla nerviosa. Necesitábamos estar tranquilos para poder pensar, se enteró de todo lo que nos pasó en Cuzco porque yo ya estaba desbordada.”
Agresiones y amenazas
Nerviosos, angustiados, sin manera de salir de Cuzco por tierra. Los hermanos se enteraron que devolvían el dinero que ellos habían pagado por servicios que no utilizaron tales como la entrada a las ruinas de Machu Picchu y el traslado en tren.
“Nosotros habíamos dejado parte del equipaje en la agencia de turismo, cuando fuimos a buscar las cosas no había un buen clima y decidimos no reclamar el dinero que nos debían... En ese momento pensamos, ya volviste, salvaste tu vida y no le dimos importancia a la plata...”
Una pausa y un recuerdo que le rondaba y le generaba bronca. “Sabés que las agencias seguían vendiendo viajes. Te forreaban, a Machu Picchu en helicóptero, decían, forreando al turista...”
En Cuzco comenzó el otro capítulo. El que contó su madre a EL DIARIO, sin tantos detalles.
“Averiguamos en el INC (organismo de cultura) cómo era el trámite para la devolución del dinero ya que la agencia no perdía, lo reintegraba el instituto y nos debían doscientos dólares. Si no lo reclamás se lo queda la agencia y lo vende de nuevo. Fuimos a pedirlo a la dueña Edith Puma Noa y nos dijo que no lo iba a devolver.”
El diálogo comenzó a entrar en una línea de alta tensión. “Nosotros nos empezamos a enojar y de pronto la mujer nos tiró las entradas a las ruinas en la cara. En la agencia había cinco mujeres y un hombre, cuando quisimos irnos comenzaron las agresiones. Mi hermano (que mide un metro noventa) quiso salir con el sobre de las entradas en la mano y lo empezaron a patear, le arrancaron la capucha del buzo, él se controlaba para no pelear; yo voy corriendo, le saco el sobre e intento escapar. En ese momento viene una peruana y me mete un tackle, forcejeé hasta que pude escaparme.” Otra vez la pausa. María Victoria llamó a la Policía Turística y se encontró con una sorpresa. Los de la agencia los acusaban a ellos de agresión, en menos de un minuto estaban arriba de un patrullero rumbo a un destacamento. Hubo idas y vueltas, mediaciones, mentiras y amenazas de un policía. Hubo buenos contactos con la gente de la Embajada y por suerte un buen final. “Nosotros también atamos las cosas con alambre pero tenemos cierta ética, a ellos parece no importarles nada.”
Finalmente, lograron la devolución de una parte del dinero y la amenaza recibida fue crucial a la hora de estar entre los primeros rescatados por un Hércules del Ejército Argentino. “Ahora mi objetivo es que esta persona (por la dueña de la agencia) no trabaje más en turismo. El maltrato físico no se lo permito a nadie”.
La odisea terminó. Ya de regreso el llanto acompañó la travesía (primero hasta Lima y luego a Buenos Aires), al igual que el agradecimiento. “La provincia de Córdoba es la única que puso a disposición alojamiento y colectivos para nuestro regreso. Nos recibieron en la Casa de Córdoba con carteles”. Los hermanos, están de vuelta, trajeron en el equipaje emociones diversas y varios interrogantes que posiblemente nunca tengan respuesta.
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