Escribe:
Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Los riocuartenses se la conocen de memoria. Para ellos está continuamente latente, al pie del cañón. Escapada obligada, resulta respuesta para múltiples dilemas “¿adónde nos vamos el finde?”, “para qué lado rumbeamos hoy que está tan lindo?”. “Tengo ganas de hacer una caminata ¿qué me recomendás?”. La réplica, casi automática, es siempre la misma: Achiras.
El encantador pueblo está a sólo 70 kilómetros del llamado “Imperio del sur”. Para los habitantes de Río Cuarto es casi como el patio de su casa. Una bendición que llega para calmar el calor en verano y las ansias de libertad en invierno. Los villamarienses la tenemos un poquito más lejos. Pero nunca lo suficiente como para dejar de visitarla.
Hoy como ayer
De entrada, Achiras ofrece tendencias que hacen sospechar su condición. El visitante que aprecia la tranquilidad y la paz serrana sabrá leer en los atributos locales un regalo a los sentidos. Apenas pise las callecitas de tierra, alce la mirada y cruce algunas palabras con los nativos, se sentirá en el sitio apropiado. Puro sosiego y armonía, en un alejado rincón de la provincia. Insospechado descubrimiento, el municipio pasará a ocupar un lugar especial en la memoria del viajero.
Para que el conjuro surta efecto, antes habrá que escudriñar sus laureles. Algunos acaudalados en popularidad. Otros ciertamente silenciosos. Sin más que meditar, el caminante emprende la marcha.
A fines prácticos, comenzará con el centro y sus quehaceres. El aura de uno de los poblados más antiguos del centro argentino (1570) todavía se percibe. No hace falta una radiografía: plaza, iglesia, gente sentada en la vereda, caballos de trote austero, paisanos ataviados con boina, pibes jugando a la pelota, pieles curtidas por el sol, sencillez de cabo a rabo. Parece un espacio cimentado en otra dimensión, pero es tan cordobés como la peperina.
Comechingones
Pasando al terreno natural, el trekking se adueña de todo. Surcando el río Achiras accedemos al Cajón de Piedra y a La Ollita, formaciones rocosas de singular belleza. Dichos sectores se destacan por las enormes piedras, que junto con el cauce del río y el fondo montañoso configuran una esmerada postal. Siguiendo la caminata se arriba más tarde a Piedra del Aguila. Este punto es un emblema achirense, ya que representa de manera fiel el paisaje típico de la región. Pero sobre todo, porque esconde en sus muros y túneles la estirpe de los comechingones, los primeros habitantes del oeste cordobés.
Otra alternativa es realizar la excursión a La Torrecita, descomunal roca que ofrece un panorama óptimo de las serranías. Paisajes tan desoladores como cautivantes aparecen para alimentar el apetito por lo salvaje. Del otro lado Córdoba se extingue en el anonimato, para pasarle la posta a su hermana San Luis.
De regreso a Achiras, el balneario resulta la parada obvia. El espejo de agua artificial es un hormiguero de turistas durante el verano y un placentero y solitario paseo el resto del año.
La mejor noche
Sin espacio para las luces de neón, la noche despide cada jornada con un espectáculo visual insuperable. Ancho, basto y atiborrado de estrellas, el cielo aparece para darnos el último convite. Achiras nos saluda con la misma simplicidad con la que nos recibió al llegar.
La pompa le resbala. Así es la vida en las sierras del sur.
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