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21 de Febrero de 2010
Diálogo con el escritor Germán Ferrari
Símbolos y fantasmas de la derecha argentina
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Escribe: Jesús Chirino

Varias veces en este suplemento nos ocupamos de Argentino del Valle Larrabure, ahora como si de un fantasma se tratara su figura retorna a estas páginas. Viene de la mano del libro “Símbolos y fantasmas. Las víctimas de la guerrilla: de la amnistía a la justicia para todos” su autor, Germán Ferrari, es historiador, periodista y docente universitario. Hace años publica en diferentes medios de Buenos Aires y entre esos trabajos está su permanente colaboración con José Pablo Feinmann en “Peronismo. Filosofía política de una obstinación argentina” que viene entregándose en Página12. Con varios libros editados, entre ellos “Raúl González Muñón periodista”, actualmente Ferrari tiene en imprenta “El Ave Fénix. El sindicalismo peronista entre la Libertadora y las 62 Organizaciones -1955- 1958” .

Usar la muerte

El militar Larrabure fue tomado prisionero, en 1974, por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en la Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos de Villa María. Al tiempo se lo encontró muerto en las afueras de la ciudad de Rosario. Aquí también publicamos la posición de Carlos Del Frade que, a partir de una esmerada investigación, sostiene que tanto las supuestas torturas como el asesinato de Larrabure a manos del ERP fueron una invención de ciertos sectores militares para preparar un clima que justificara, en parte, el golpe de 1976. Arturo Larrabure, hijo del militar también usó las páginas de EL DIARIO para tratar de refutar lo dicho por Del Frade, quien a su vez, entendiendo que todos merecemos acceder a la verdad, planteó un debate que Larrabure hijo ha esquivado.

En “Símbolos y fantasmas”, editado por Sudamericana, Ferrari no sólo ha tomado el caso de Larrabure sino que también se ocupa de las muertes de Pedro Eugenio Aramburu, Jordán Bruno Genta y José Ignacio Rucci. Inicia la investigación preguntándose ¿Por qué la evocación en torno de las víctimas de la guerrilla implica siempre de manera explícita o velada una reivindicación de la última dictadura militar? Desde allí, y usando esos cuatro casos emblemáticos, va mostrando las adecuaciones que han ido teniendo los discursos que reivindican la última dictadura. Tanto el discurso del sector de Cecilia Pando, duro y sin muchos cuidados, como los discursos más moderados. En todos se muestra el oportunismo político y un alto grado de pragmatismo que permite ir adecuando las demandas de la derecha argentina a los tiempos políticos que viven. Viendo lo interesante y documentada que está la investigación de Ferrari, dialogamos con él acerca de la temática de su libro.

El movimiento popular como demonio

- Con profusa documentación en tu libro mostrás la evolución de los planteos que la derecha ha realizado tanto en relación a la actividad represiva y cruel, desarrollada por el Estado en la última dictadura cívico/militar en Argentina, como también de las acciones llevadas adelante por las organizaciones guerrilleras. Aunque pareciera que siempre giran en torno a la teoría de los dos demonios, sus posiciones se han modificado desde que gritaban “se va a acabar la sinagoga radical”, pasando por los indultos y luego la reapertura de los juicios a los genocidas. ¿Podés hacernos una apretada síntesis de esto?
- Los defensores de la última dictadura siempre consideraron que en los ‘70 sólo hubo “un demonio”, es decir no sólo las organizaciones guerrilleras, sino también cualquier sector político, social o religioso del movimiento popular. Más allá de los años transcurridos, aún en la actualidad siguen expresando esta concepción. Es una minoría negacionista del terrorismo de Estado. Durante el Gobierno de Raúl Alfonsín, se impuso la “teoría de los dos demonios” como eje de la política de derechos humanos de la administración radical. Alfonsín impulsó el juicio a las juntas, un hecho histórico para el país y para el mundo, pero en paralelo se demonizó a los integrantes de organizaciones guerrilleras. Los logros alcanzados con aquel juicio se desvanecieron con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, y luego con los indultos de Carlos Menem, que se enmarcaban en una política de “reconciliación nacional”.

La impunidad había triunfado.
Acabado el menemismo, y con la derogación de esas normas, la reapertura de las causas contra quienes participaron del terrorismo de Estado tuvo como respuesta de aquellas minorías duras, nuevos pedidos de perdón. Como desde el plano político y judicial esa posibilidad era inviable, cambiaron de estrategia y desarrollaron una “teoría de los dos demonios” aggiornada, que puede sintetizarse de esta manera: si los ex militares son juzgados, que también sean juzgados los ex guerrilleros. La causa por la muerte del militar Argentino del Valle Larrabure, en la que se reclama que sea considerada un delito de lesa humanidad -por lo tanto imprescriptible- es el caso testigo para estos planteos.

Los símbolos

-¿ Hasta dónde y por qué el rescate de figuras como la de Larrabure, secuestrado en Villa María en 1974, y la elaboración de un relato histórico que resalta el heroísmo de hombres ligados a sectores de derecha obedece a las necesidades políticas del presente?
- A través de los años, y gracias al trabajo incansable de los organismos de derechos humanos, la sociedad argentina había logrado un consenso que marcaba muy claramente los límites en que el terrorismo de Estado no podía equipararse bajo ningún aspecto con las acciones de la guerrilla. Esa diferencia, que es muy clara, cada tanto es negada por la derecha política y pequeños sectores de la sociedad, que de manera explícita o velada aún siguen avalando la dictadura. En su prédica, estos grupos toman como símbolos a víctimas atribuidas a la guerrilla como las que analizo en mi libro: Larrabure, Jordán Bruno Genta, José Ignacio Rucci y Pedro Eugenio Aramburu. De cada uno resaltan diferentes valores, pero tienen en común que en la actualidad siguen siendo evocados y reivindicados, en contraposición a todos los avances que desde el retorno de la democracia, y en especial en los últimos años, se han logrado en materia de derechos humanos. El antropólogo Máximo Badaró explica el proceso que llevó a estos sectores a suplantar la figura de Aramburu por la de Larrabure como ícono de sus reclamos, para que su discurso fuera aceptado por sectores más amplios de la opinión pública. Aramburu era un militar “manchado” por su trayectoria política, con una muerte trágica, mientras que Larrabure era un militar “limpio”, también con una muerte trágica, que aún está en debate, la versión militar y de su familia habla de un asesinato por parte del ERP, mientras que los ex miembros de esa organización afirman que fue un suicidio.
- ¿Cuál ha ido la actitud de la familia de Larrabure en estos años, en relación a la muerte del militar y las demandas judiciales que han planteado? ¿Qué posibilidades tiene el reclamo de que la muerte del subdirector de la Fábrica Militar de Villa María sea considerado crimen de lesa humanidad?
- En 2007, Arturo Larrabure, hijo del militar, impulsó la causa judicial por la muerte de su padre en la que planteaba este cambio de estrategia: considerar las acciones de la guerrilla como delito de lesa humanidad, a pesar de que la jurisprudencia nacional e internacional es muy clara al respecto. Por ejemplo, la participación del Estado en los delitos -como lo fue en la represión desatada por la dictadura- es fundamental para aplicar el concepto de lesa humanidad. Sin embargo, un fallo de un fiscal de Rosario avaló el plateo del hijo del militar, pero fue rápidamente desacreditado por la Procuración General de la Nación, por considerar que no se atenía a las normas nacionales e internacionales vigentes. Y el tan mentado Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, esgrimido por los sectores que piden la extensión del concepto de lesa humanidad, entró en vigencia en 2002, por lo tanto no es retroactivo, no puede aplicarse sobre hechos ocurridos hace treinta años.

Si bien la causa Larrabure quedó estancada, los sectores vinculados a la última dictadura y otros afines desplegaron una intensa campaña con diferentes acciones mediáticas para instalar el tema en la opinión pública, que se cristalizó fundamentalmente en notas, cartas de lectores y editoriales en diarios y revistas hasta programas televisivos y sitios de Internet. El fin era impulsar esta nueva “teoría de los dos demonios”, aunque el anhelo final es siempre el de una amnistía, que no se hable más del tema, el repetido “hay que dar vuelta la página”. Las opiniones en las últimas semanas de Abel Posse, Diego Guelar, Mauricio Macri y Eduardo Duhalde al respecto son elocuentes en ese mismo sentido.
- Tu libro se centra en los casos de Larrabure, Genta, Rucci y Aramburu. ¿Qué razones te condujeron a esta elección?
- Creo que son casos representativos, cada uno desde su sector, que contribuyeron y contribuyen a la formación de un discurso autoritario. Su evocación y reivindicación van casi siempre de la mano de la aceptación de la última dictadura o de una visión sesgada sobre los sucesos ocurridos en los ‘70. En el caso de Larrabure, su notoriedad pública surge a partir de su secuestro y muerte, y de la estrategia judicial y mediática que se desplegó a 30 años de esos hechos. Rucci y Aramburu son más que conocidos; el líder de la CGT como ícono de un gremialismo “argentino”, “peronista” y “cristiano” y el dictador como emblema del antiperonismo. En tanto que Genta es una figura muy citada pero poco conocida, es uno de los ideólogos más importantes del nacionalismo antidemocrático, que tuvo una presencia en la vida política argentina que comienza con el golpe de Estado de 1943 y que se extendió más allá de su muerte, en 1974. Y ese ayer se instala en el presente: en alguna marcha de Cecilia Pando pudieron verse pancartas con las imágenes de Rucci, Genta y Larrabure.

Pensar el pasado

- ¿Creés que existen cuestiones que, a algunos, les dificultan pensar los errores y aciertos del sector popular en los años ‘70 sin caer en la justificación de la dictadura?
- Hay debates que están abiertos. Uno de ellos es el que se centra sobre la elección de la lucha armada por parte de movimientos políticos. La famosa carta de Oscar del Barco derivó en una serie de contestaciones que no se terminaron con la recopilación que se hizo en el libro No matar. Creo que estos temas despiertan pasiones, viejas rencillas y no siempre se analizan con el contexto de la época en que se produjeron. Es fácil analizar hoy los sucesos con la distancia que dan los años.
Son innumerables las autocríticas surgidas desde los sectores populares sobre errores u omisiones cometidos durante aquellos años. La muerte de Rucci provocó que muchísimos montoneros abandonaran la organización, porque se oponían al militarismo creciente, en desmedro del trabajo político y social en los sectores populares.
Este es un debate que está abierto y es permanente en los sectores de ex militantes y de protagonistas de aquella época –a excepción de personajes muy particulares, que son los menos–. Ese mismo espíritu de revisión y análisis no se encuentra en los sectores vinculados a la última dictadura, que aún siguen justificándola casi sin atenuantes, como hay quienes siguen justificando el golpe de 1955 a más de medio siglo de distancia. En contraposición, está la solitaria autocrítica del general Balza y alguna que otra voz aislada. Aún falta un profundo examen de conciencia de cara a la sociedad de otros sectores, como la Iglesia Católica, los medios de comunicación, la Justicia, los partidos políticos, etcétera.

Símbolo de la burocracia sindical

- Cuando se discute acerca de la muerte de Rucci, aparecen otras cuestiones relacionadas con un modelo sindical?
- La figura de Rucci es funcional para la defensa de un modelo que en esos años se definió como “burocracia sindical” y que en la actualidad se enlaza con “los gordos” de la CGT. Y sirvió como símbolo de un modelo sindical “peronista”, “argentino” y “cristiano”, alejado de cualquier concepción de izquierda, que se contraponía con los sectores del sindicalismo combativo cuya figura central era Agustín Tosco. Trasladada al presente, la imagen de Rucci también reinstala algunos de esos valores. Cuando se habla de la “lealtad” de Rucci hacia Perón también se está dando un mensaje en el presente, que podría sintetizarse así: hay algunos que son fieles a Perón y otros que no lo son, que son traidores. Es decir, que el sindicalismo que no se encuadre dentro de esos cánones es rechazado o denostado, como ocurre con la CTA y otros sectores gremiales de base.
Más allá de la discusión en torno del modelo sindical, no hay que olvidar otro eco que trajo al presente la muerte de Rucci: en 2008 se reabrió la causa por su asesinato, impulsada por Hugo Moyano y poco después de la salida del libro Operación Traviata, todo en sintonía con la postura de extender el concepto de lesa humanidad.
- Qué te parece importante, del proceso de producción del libro, para compartir con los lectores.
- Hay un trabajo histórico y periodístico que se condensó en esta investigación, que tiene muchas puntas para seguir analizando. Este libro enlaza el pasado y el presente, pero también plantea algunos interrogantes a futuro. Sólo por señalar uno: ¿los argentinos podremos desterrar de una vez por todas la impunidad del terrorismo de Estado?

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