Escribe: Ramón Alberto Yánez
Se cumple, en la fecha, 14 años que no escucho su palabra. Lo mismo rebota en mi cabeza, en mi mente, los sonidos de su voz, sus dichos, sus sugerencias, sus consejos.
Don Salomón tenía una vasta formación académica. Su inteligencia, su experiencia de vida, sus conocimientos de la comunidad de Villa María, le dieron sabiduría. Reconocido como buen vecino, también fue un generoso maestro. Religioso de creencias profundas -al momento de su muerte- era el presidente de la Sociedad Israelita local. Amó la paz, la concordia, la tolerancia, el diálogo, exponiendo sus ideales y respetando el disenso de sus semejantes. La ley y la ética rigieron su vida terrena como textos sagrados del Antiguo Testamento.
Su actividad de todos los días, la encaró en forma privada. Como profesional de una rama de la salud, creó y vio crecer sus emprendimientos.
Laboratorio y farmacia llevaron su sello. De traje, o con su guardapolvo blanco, saludaba a sus pacientes. Les preguntaba de inmediato por su apellido, para bucear, en su cerebro, los antecedentes de familia de su interlocutor. Era simple intuir su lógica: “Conociendo el tronco se podía conocer la calidad de la madera”.
Fue una persona con un bajo perfil en cuestiones de entes públicos. Simpatizante -afiliado- a la Unión Cívica Radical, nunca tuvo cargos en los órganos del partido. La única vez que participó en política, lo hizo encabezando la lista de la UCR de Convencionales Constituyentes Municipales, en las elecciones del 14 de mayo de 1995, que obtuvo la primera minoría, con 17.038 votos. Antes de jurar, para el cargo que fue elegido, renunció. Con ello evitó inútiles enfrentamientos.
Los temas centrales, de nuestras charlas, se basaron en razonamientos barriales, sociales, desarrollos urbanísticos y económicos.
Era un estratega. Conocía perfectamente los puntos fuertes, salientes, de la ciudad. Siempre destacaba su posición geográfica: la confluencia de rutas nacionales y provinciales que hacían centro en esta población, “hija del riel”. Sabía de la importancia del agro, de la industria y el comercio.
Recuerdo importantes conversaciones: a veces cortas, otras extensas, en su escritorio privado, en el laboratorio de la calle Catamarca o en su domicilio particular de la calle Mendoza, sito en el barrio General Paz, aunque a él le gustaba decir “barrio Parque”, por su vocación de sentirse villamariense. Nació en Polonia y adoptó la ciudadanía Argentina. Cursó sus estudios primarios y secundarios en escuelas locales.
Ferviente defensor de las márgenes del río Ctalamochita, siempre manifestaba que se las debía aprovechar con emprendimientos de carácter turístico. Decía: “La naturaleza nos brinda un curso de agua maravilloso a pocas cuadras del centro; la comunidad de la zona debe utilizarlo, disfrutarlo y cuidarlo como bien social”.
Por ello respaldó, abiertamente, la planificación y construcción de la nueva costanera, desde el puente Andino (ruta nacional 158) hasta el puente Bº Villa del Sur (ruta provincial 2), que llevó adelante la gestión del ex intendente (Miguel Angel) Veglia. Estoy seguro que hubiera seguido con mucha atención y fino olfato las modificaciones posteriores. Como notable hacedor hubiera festejado las innovaciones cuidando los gastos.
Al año de su desaparición física, más precisamente el día 20 de febrero de 1997, el Honorable Concejo Deliberante de Villa María, presidido por el contador Miguel Maceda, sancionó la Ordenanza 3.890 por unanimidad de sus miembros, imponiendo el nombre de “avenida costanera Dr. Salomón Gornitz” al nuevo trazado, comprendido entre las calles Sargento Cabral y avenida Fagnano.
Fue un merecido reconocimiento a su trayectoria.
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