Escribe: El peregrino impertinente
Los uruguayos son lo más grande que hay. Tranquilos, alegres y amantes del candombe. ¿Qué más quieren? Jaime Roos, mate, maracanazo y la inestimable satisfacción de prender la tele y no tener que ver rostros hemorroidalescomo el de Nelson Castro o Gustavo Sylvestre.
Son nuestros hermanos del Río de la Plata: laderos de las buenas maneras, fervientes defensores de la palabra justa. Palabra que en realidad es siempre la misma: “Imponente”. Imponente de acá, imponente de allá. “Qué imponente el frío que hace”, “Qué imponente lo caro que está todo”, “Qué imponente que está tu hermana”... Para ellos todo es imponente.
Primer ejemplo: volvía a Colonia de Sacramento luego de pasar unos días en el este uruguayo “¿Cómo estuvo la cosa por la playa?”, me pregunta el recepcionista del hostal. “Muy bien, che, lástima el viento que hacía”, le digo.
“Ah si, lo que pasa que el viento de allá es imponente”, repone él.
Segundo ejemplo: enero en Montevideo, ciudad desierta. “Qué poca gente, salieron todos de vacaciones”, le comento a un cuida coches en la calle. “Sí, es imponente lo vacío que está”, me contesta.
Tercer ejemplo: de viaje por la zona de Nueva Palmira, la chata la maneja un local, que me explica: “¿Ves el campo aquel? Es de Saldivar. Es imponente la plata que tiene ese hombre. Lastima el hijo, es imponente como se droga. Pero tiene una mujer… imponente...”.
Dicen que hace poco un grupo de uruguayos, retomando trincheras por el conflicto de Botnia, pintó una bandera para colocar frente a los asambleístas de Gualeguaychú. “Ustedes son todos garcas”, rezaba. Decí que uno se avivó y pudo enmendar el desatino a tiempo: “Es imponente lo garca que son ustedes” corrigió.
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