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5 de Marzo de 2010
Puntos de vista
Representante del pueblo
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Escribe: José Guillermo Mariani (*)

El gran lujo y, a la vez la gran riqueza de la democracia. Acordes con Rousseau, el poder y la autoridad que descienden de Dios, no se aposentan en personas determinadas o escogidas sino que residen en el pueblo que se transforma en su depositario para transmitirlos en elecciones libres, a quienes considere dignos y capaces de ejercerlos.
El pueblo es el protagonista de la historia, y por eso es el verdadero soberano. La imposibilidad de ejercer esa soberanía mediante la constante intervención de todos sus integrantes, produce el recurso de que elija periódicamente a sus representantes para que gobiernen en su nombre.
Pero, veamos, ¿en qué sentido los elegidos son representantes del pueblo? Es evidente que sólo si, conociendo sus necesidades y aspiraciones, buscan satisfacerlas desde sus puestos de Gobierno.
¿Por qué entonces esa “representación” se transforma tantas veces en una comedia, una tragedia, una traición, y pocas veces garantiza autenticidad?

Un elemento llamado "opinión pública"...

Descartando los intereses egoístas (no porque no existan en la mayoría de los casos de los políticos) que suelen animar a quienes, después de intensas campañas resultan elegidos, hay que tener en cuenta un elemento muy gravitante en las relaciones del pueblo con sus representantes: la “opinión pública”, que constituye la principal fuente de información para quienes deben tomar decisiones. Si ésta (la opinión) está formada desde la diversidad de fuentes informantes tiende a sumar criterios en su favor para quienes están atentos a los acontecimientos y exigencias del bienestar del pueblo.
Pero, si la “opinión pública” es manejada por monopolios informativos, también la información para los supuestos representantes del pueblo es influenciada fuertemente por ella y sus decisiones ya no obedecen a la búsqueda del bienestar y de lo mejor para la sociedad, sino que se estancan en la defensa de los intereses que los sostienen (en sus puestos) nacionales y supranacionales, que subordinan a lo económico, lo político, lo social, lo ético y lo justo.
No hay más que leer cada día Clarín o La Nación y escuchar aquí en Córdoba la clamorosa cadena y “el Lagarto” con el simpático “la Mole”, en el doce , para darse cuenta de la cuerda que le dan a toda información contraria al Gobierno nacional y el Gobierno municipal (de la capital cordobesa) en medio de inofensivos golpes de música, de comidas, de humor y de personajes llamativos, brindando a la vez toda la información necesaria para la gente común, que es el gran motivo de su “rating”.

Repiten las mismas consignas

Y el resultado es palpable. Es muy difícil encontrar a quien no repita las mismas afirmaciones y consignas.
Ciertamente, lo que se llama la “opinión pública”, sobre todo si se atiende a la clase media, tan voluble e insegura, está francamente en contra de muchos representantes que en realidad están buscando lo mejor para el presente y el futuro argentinos.
Los mantenedores de ese clima todavía no se atreven a explicitar con claridad qué proyectos tienen, como se lo acaba de pedir la presidenta. Ni hablan de los partidos o personas que resulten convincentes para confiarles, en una próxima oportunidad, la misión de representantes del pueblo.

No buscan la liberación propiciada por Jesús

La Iglesia Católica, que todavía a pesar de tantos escándalos, conserva algo de su prestigio, es parte de ese juego y se inclina hacia lo propiciado por esa opinión pública, precisamente porque sus miembros destacados se consideran representantes de Dios, no para buscar la liberación propiciada por Jesús de Nazaret, sino para imponer sus propios intereses como factor de poder en la sociedad que, a su vez, sigue haciendo esfuerzos por desprenderse de su ancestral y dañosa tutoría.
Representantes quiere decir “actuantes en lugar de”. Y actuar en lugar del pueblo no tiene nada que ver con dejarse esclavizar por una opinión pública deformada, ni cuidar el sueldo de funcionario a costa de comprometerse con un verdadero servicio a la Nación, sino mirar más profundo; descubrir las trampas, denunciar la corrupción y ponerse así lo más cerca posible de las verdaderas necesidades y aspiraciones del pueblo. O sea, eso que técnicamente se califica como “preocuparse por el bien común”, que es lo que ennoblece al sistema democrático.


(*) Presbítero católico



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