Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
La calle Getreidegasse fue testigo. De sus juegos, de sus andanzas. Pero sobre todo de su música. Tras los muros de la vivienda del número nueve, Wolfgang Amadeus Mozart regalaba melodías. Con sólo cinco años, quien fue uno los compositores más extraordinarios de la historia, ya era considerado un genio musical. Y todo lo creaba allí, sentadito al piano, rodeado de Salzburgo. A la ciudad que lo vio crecer y hacer, se le llenan los ojos de lágrimas. Los recuerdos se empecinan en invadirle la apostura.
Allí está ella, melancólica y risueña, protegida con bellezas y buena memoria. Su centro histórico, regado de palacios, catedrales, castillos y fortalezas, es considerado Patrimonio de la Humanidad. Gótico y barroco. Clásico y medieval. Y Mozart, siempre Mozart. La verdadera joya de esta encantadora maravilla austríaca.
@La infancia del músico
Los visitantes arriban a la ciudad y en un acto casi mecánico se dirigen a Getreidegasse. El primer hogar del artista los atrae para contarles historias y curiosidades. Entre habitación y habitación encontrarán instrumentos, objetos originales, y preciados documentos pertenecientes al joven Wolfgang. Retazos de su infancia y adolescencia. Épocas en las que el que iba a ser, ya era.
Siguiendo las huellas de Mozart, la masa camina hasta la casa ubicada en Makartplatz, donde el músico y su familia vivieron desde 1773 hasta 1780. Ya adulto, aquí compuso varias de sus loadas sinfonías y conciertos para piano y violín, entre otras delicadas creaciones. Eran años de madurez profesional y creación. Y también de encuentros con amigos, tertulias y noches de alegría.
@Pero no sólo de partituras vive Salzburgo. Y para demostrarlo, el núcleo urbano hace aparecer magníficas obras de la arquitectura medieval. Una de ellas es la Catedral, que domina el paisaje con sus majestuosas cúpulas verdosas. La construcción es un emblema religioso de Austria.
Otra reliquia local es el Palacio de Hellbrum. Ubicado en la base del monte homónimo, la mansión es dueña de un espléndido jardín, que armoniza con el entorno a partir de los espejos de agua y los tenues arroyos que lo envuelven. Construido en 1611, todo el complejo se ve coronado por el Castillo de los Meses, hoy sede del Museo de Cultura Popular.
Sin embargo, ninguna de las bellezas referenciadas se compara con la Fortaleza Hohensalzburg, símbolo edilicio de Salzburgo. Desde lo alto de la colina, el inmenso recinto observa el sosegado ritmo de vida de la ciudad. La obra, levantada hace más de 900 años, es una de las mejores conservadas de Europa. De gigantescos muros y soberbias torres, portales y terminaciones, fue un bastión inexpugnable durante diversas guerras que azotaron a esta parte del Viejo Continente.
@Las evocaciones
Caminar por Salzburgo es de por si viajar en el tiempo, donde el foráneo encuentra un universo romántico, típico de las regiones que circundan los Alpes. Pero para quien requiera de más estímulos, una interesante gama de museos surgen para mostrarnos de cerca el mundo medieval. El Museo de Salzburgo, el Museo Catedral y el Museo al Aire Libre son los más destacados en ese sentido.
Luego, de vuelta a Mozart. Como para no. Si todo aquí sabe a su música. El hombre que deslumbró a reyes, cortes y pueblos enteros, aún camina por las calles empedradas de la ciudad. La gente lo ve, y lo escucha. Salzburgo se ufana de haberle dado la vida. El, a cambio, le dio vida a Salzburgo.
@Ruta alternativa -
Un empleado modelo
Escribe
El peregrino impertinente
Yacanto de Calamuchita tiene esas cosas de pueblo serrano. En la comarca hay más bien poco. Digo, bellísimos paisajes, naturaleza, bosques, montaña, pero después poco. No pidas obras de teatro veraniegas, porque te destruyen el cerebro, aniquilan tu inteligencia y te matan por dentro. Y aparte porque no hay. Tampoco boliches de moda, ni restaurantes caros, ni nada re copado, ni con toda la onda, ni re cool, ni re top. Obvio.
Pero, a cambio, ofrece esas cosas de pueblo serrano. Universo desacomplejado y auténtico, sin demasiadas vueltas ni maquillaje social.
@El gordo, un crack
Voy al almacén, es mediodía. Me atiende un gordo morocho, treintañero, cara de bueno y pocas palabras. Compro pan, mortadela y queso, y me desentiendo del mundo en un arroyito cercano.
Vuelvo a la tarde y ahora desembarco en el mercadito local, dispuesto a repetir menú para la cena. En la fiambrería me atiende un gordo morocho, treintañero, cara de bueno y pocas palabras.
¿Cómo? ¿Acaso son todos iguales en este pueblo? No. ¿Acaso éste y el del almacén son gemelos? Tampoco. ¿Acaso me metí al mismo almacén que antes, resbalé con un paquete de virulanas, me caí, golpeé la cabeza contra el mostrador, perdí el conocimiento, me levante, tropecé con un palo de escoba, perdí el conocimiento de vuelta, desperté y de la confusión creí que estaba en el mercadito? Menos.
La respuesta es sencilla: en el pueblo sólo hay un almacén y un mercadito.
El guaso es dueño del primero, y a la tarde labura para la competencia. Los del Instituto Argentino de Empresarios se agarran la cabeza.
En las sierras hay un gordo que les dinamitó todos los manuales.
Otras notas de la seccion El Diario Viajero
Una alternativa a Puerto Madryn
Lo árido y lo verde haciendo magia
Mortadela estaba el mar
La gran maravilla de Oceanía
Ver, sentir y admirar
|