@Homenaje a la señora de los perros de la plaza
Sin saber su nombre, muchas veces he visto a una señora al comando de una motito llamar a los perros que se encontraban en la plaza Centenario y ofrecerles unos huesos recibidos con el ansia del que hace bastante que no come. Ella se dedicaba imperturbable a su tarea humanitaria, ajena a la aprobación de algunos -como yo- o a la desaprobación de otros -como aquellos que nunca hacen nada por nadie-.
Sin saber su nombre, me he acercado a ella para felicitarla por su gesto humilde y cotidiano.
Ahora sé su nombre: Sonia Jara. Sonia ha muerto.
Los perros de la plaza ya no tendrán quién alivie su hambre. Con cada ruido de moto que oigan, se pararán sus orejitas, pero pronto, demasiado pronto, sus finísimos oídos les dirán que no es ella. Tendidos, apoyarán nuevamente sus cabezas en sus manos y seguirán esperando, hasta un nuevo ruido prometedor, hasta una nueva desilusión. Seguirán esperando a alguien que nunca llegará, porque Sonia ha muerto, Sonia ya no está.
¿Cuánta mala suerte pueden acumular los perros de Villa María? Mucha, parece. A un poder municipal que crea un albergue para perros que es más bien un “moridero”, a un grupo de veterinarios que esgrimen el argumento que el ayudar a la Asociación Protectora con tarifas reducidas es una falta de ética, a una indiferencia generalizada -con algunas excepciones que confirman la regla- ahora se les agrega la muerte de una mujer que sí hacía una diferencia, por lo menos, para ellos, los perros de la plaza, ella representaba la diferencia entre comer y no comer. ¿Alguien ha probado irse a dormir noche tras noche sin nada en el estómago, especialmente en invierno? Sería éste un ejercicio imprescindible para apreciar en toda su dimensión la tarea que Sonia se había autoimpuesto.
Sonia se ha ido, Sonia ya no está. Y el mundo se ha convertido en un lugar un poquito peor por su ausencia definitiva.
María Magi
DNI: 6351518
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