No tener culpa
“Hay un remedio para las culpas, reconocerlas...”
(Franz Grillparzer)
La noción de culpa está íntimamente ligada al sentido de responsabilidad. En el derecho, la culpa se aplica a quien es responsable; en su “Elogio de la culpa”, Marcos Aguinis expresa que incorporar la culpa implica prestar atención a lo que hacemos, es decir, volvernos responsables de nuestros actos.
La concepción oficialista de la culpa es bastante particular; siempre la tiene el otro, así, pasan por el desfiladero de culpables un variopinto abanico compuesto de: personas, partidos políticos, la oposición, algunas instituciones, empresas, medios de comunicación, el clima, gobiernos extranjeros y demás, etcétera; todos “confabulados” con el objetivo de hacer fracasar al Gobierno.
Entonces, si una obra se atrasa, la culpa es de la oposición; si la opinión pública desaprueba la gestión, la culpa es de los medios; si la delincuencia somete a la ciudadanía, la culpa es de los jueces y si la presidenta tiene problemas en encauzar su gestión, la culpa es de su género.
Montados al pedestal de su ego, ensayan la postura permanente de no tener culpa de nada o, lo que es igual, no asumir la responsabilidad que les cabe por lo que pasa en la ciudad, la provincia o el país. Es el ego exacerbado que hace que rechacen toda posibilidad de diálogo con los diferentes sectores de la sociedad, es el ego orgulloso que termina denostando y menospreciando a quienes piensan diferente y es el mismo ego absoluto que lleva a entender (y suele encontrar quien le dé la razón) que la mejor manera de conseguir el acompañamiento de voluntades es cooptándolas o comprándolas.
Tras ese pensamiento egocéntrico del que nunca se equivoca y que descarga todas las culpas sobre otros, se encuentran grandes contradicciones y evidentes fallas en la memoria, porque en ese acto desesperado por encontrar un chivo expiatorio evitan o se olvidan de mencionar el hecho de que fueron parte de alguna de las cosas a las que hoy le achacan las culpas de todos los males, esto último también exhibe por parte de quienes ocupan los espacios de poder una reinterpretación facilista e interesada de la historia reciente, impropia de regímenes democráticos.
Si interpretamos a la política como la mejor herramienta que podemos tener a la hora de generar las decisiones colectivas; es importante que valoremos el pensamiento del otro y no que caigamos en la tentación de ser portadores del pensamiento de quienes lo saben todo, de quienes se creen no sólo intelectualmente, sino también moralmente por encima de los demás; ese pensamiento único mediante el cual se le está denegando a la política la capacidad para expresar una voluntad diferente a la que ostenta el poder, so pena de ser declarado culpable de todo cuanto malo pueda acontecer con el Gobierno. Esta idea de pensamiento único los está llevando a la exasperación, no se puede decir nada en disonancia sin que uno sea inmediatamente acusado de tener segundas intenciones, ya sean desestabilizadoras o destituyentes.
Humildemente creemos que, aun en la disidencia, el diálogo construye y que cada gesto que se lleve a cabo en pos de conciliar a la política con el sano debate de ideas sirve también para reconciliar a la política con la sociedad, para que ésta deje de ser rehén de sus rencillas y pase a ser destinataria de sus esfuerzos.
Gustavo Bustamante,
dirigente de la UCR
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