Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Es la hora de la siesta en Villa Las Pirquitas. Hay un sol que derrite, un par de almacenes que no sucumbieron ante la modorra y algunos perros. No es difícil adivinar que la mayor parte de la población duerme. A la sombra de un árbol, el viajero se sienta a admirar.
Al fondo descubre montañas y verde. Verde por todos lados. Desde el jardín del vecino hasta donde la vista empieza a traicionar. De frente se luce la capilla local. Piedra sobre piedra, se mantiene libre de revoques, lo que aumenta su carácter rústico y armonioso. La estructura es particularmente original. Rodeada de laderas serranas, brilla con luz propia.
Absorto y agradecido, el viajero continúa escrutando el terreno. “Bella esta Catamarca”, piensa. A tan sólo 25 kilómetros de la capital San Fernando del Valle, en pleno Departamento de Fray Mamerto Esquiú, la naturaleza hace maravillas. Mientras más se aleja uno del gran municipio, más regalos brinda esta provincia de sorpresas.
Pero el viajero hoy no quiere apartarse demasiado. Se queda en este pueblo de apenas 800 habitantes, más que conforme. Mientras los paisanos siguen cabeza con almohada, él se levanta y va. Por los caminos de la colina, descubrirá el elemento vital de la zona.
El dique
Ubicado a pocas cuadras de la villa, emerge el Dique Las Pirquitas. Fue construido en 1960, con el objetivo de resolver los problemas de riego de la región. Deslumbrante y generoso, este espejo de agua resplandece con la magia que otorgan los rayos solares, en un contexto montañoso que saca a relucir algunas de las bondades de Catamarca. La obra, de una magnitud de 276 hectáreas, es una de las más grandes de Sudamérica. Tanta agua despierta ganas de zambullirse, a tono con la actitud de los pocos locales que decidieron esquivar la siesta.
Además de nadar, el dique ofrece otras actividades como paseos en lancha, esquí acuático y pesca de truchas y pejerreyes. Sobran espacios en Las Pirquitas, y hay que sacarles provecho. Así lo confirma un hombre entrado en primaveras, que desde el paredón pelea con la paciencia y los peces. Poco ha sacado, pero no se rinde. Las maravillas del paisaje logran que ningún esfuerzo sea en vano.
A sus espaldas, la inmensa muralla toma el rol de ventana. A través de ella se abre un apacible horizonte, donde el valle reposa con sus tonalidades. La postal montañosa estimula el paseo.
Entre subidas y bajadas aparece el río del Valle. Su poderosa corriente hace estampar el agua contra las gigantescas piedras, dando vida a pequeñas cascadas y sonidos salvajes. Esta vertiente es la que nutre al dique, favoreciendo también el paisaje circundante. Las imágenes que río y montaña forman, se mistifican a partir de un cielo eterno, creador de peculiares iconografías. Otro de los senderos desemboca en la cima del cerro Mirador. Desde allí, las Sierras de Graciana, al este, y Ambato Manchao al oeste, enmarcan fabulosas panorámicas.
Cuando el sol se va
Cae la tarde y la ruta-avenida que lleva a San Fernando del Valle de Catamarca se puebla rápidamente. A los costados, bares, restaurantes, canchas de fútbol y comercios le dan color a la jornada, a la hora en la que los locales retoman sus actividades. A medida que el camino advierte la llegada a la capital provincial, todo se vuelve más agitado.
Mientras tanto, Las Pirquitas mantiene su plácida figura, con algunos bañistas que vienen del Dique. Ellos tampoco quisieron perderse la ofrenda serrana.
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