Escribe:
Benjamín Parra (*), especial para EL DIARIO
“Hacer el bien, sin mirar a quien”, reza un aforismo popular. “Hay que hacer el bien a quien es debido”, se lee en el libro de los cristianos. Y uno se pregunta a cuál de estas dos sentencias prestar oído en una época de tanta necesidad diseminada.
Hace unas semanas, un devastador terremoto asoló la zona central de Chile, con un saldo de destrucción y muerte no visto desde mediados del Siglo XX. A medida que se hacía patente la magnitud de la tragedia, muchos países comenzaron a enviar ayuda, tocados por las noticias y las imágenes del daño producido por el sismo.
Era natural que el impacto de un suceso como éste moviera las fibras más sensibles de la conciencia del mundo. Quién se negaría a enviar frazadas, agua, medicamentos, alimentos no perecederos y toda posible urgente ayuda. Presidentes llegaron a la azotada nación a entregar la ayuda en persona, con el consiguiente efecto mediático internacional. Todo el mundo, por unas semanas, estuvo pendiente de Chile.
Hoy, la noticia ya es historia. Otros anuncios, otros sucesos, otros escándalos copan la agenda noticiosa. El drama, el dolor, la cotidiana lucha por superar la pérdida total de una casa, de una familia entera o de un ser querido ya ni siquiera es anécdota en los medios.
Hace unos días recibí un informe gráfico y estadístico de las deplorables condiciones en las que viven miles de personas en la provincia argentina del Chaco. Desnutrición, enfermedades propias del clima tropical, pobreza flagrante en un país de tantos contrastes económicos.
Pero el Chaco no impacta en la prensa hoy y, por lo mismo, ocuparse del tema no producirá dividendos políticos o mediáticos inmediatos. Organizar un esfuerzo nacional o regional de ayuda sistemática para aportar allí desarrollo, prevención y asistencia médica, trabajo, vivienda, educación, integración, es una tarea inmensa, en muchos casos ingrata y la más de las veces anónima, e implementarla hoy no tendría el mismo impacto emocional que produjo el terremoto de Chile.
Alguna persona sensible, atenta a la importancia del servicio cotidiano, por lo general poco rentable públicamente -pero impactante en el largo plazo para miles de vidas humanas- podría atreverse a ser “incorrecto” y trabajar para hacer el bien a quien y donde es debido hoy.
(*) Escritor chileno radicado en Villa María
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