Escribe: Pepo Garay
(especial para EL DIARIO)
Los vendedores vietnamitas ven turistas y se abalanzan. Salen eyectados de sus improvisados asientos y a pura gesticulación, ofrecen. “Cómpreme”, “Barato”, y el eterno e infaltable “My Friend” (mi amigo), son sus caballitos de batalla. Simpáticos y desestructurados, también pueden llegar a ser realmente insoportables. Nunca se cansan, agitando a los miles y miles de foráneos que visitan los lugares más hermosos del país.
En Hoi An, sin embargo, los muchachos parecen tomarse un respiro. Dos cambios bajan y ofrecen sus mercaderías a ritmo cadencioso. Es como si el entorno mismo los contagiara. Esas casitas de colores, esas callecitas empedradas, ese río que silba bajito. Cómo no relajarse, cómo no soltar las presiones. Aquí es donde.
Imágenes de Vietnam
En las costas del Mar de la China Meridional, zona central del país, Hoi An deslumbra desde su simpleza. A pesar de ser un famoso destino turístico del sudeste asiático, no tiene edificios, ni grandes emprendimientos turísticos, ni luminarias que enceguecen. A cambio, ofrece un espacio cargado de postales. Como la señora que cuelga las lámparas de papel en el balcón de su casa. O el viejo de sandalias que barre la vereda con una hoja de palmera. O la niña vestida de punta en seda, que baja del bote-taxi con su bicicleta a cuestas. La vida no tiene apuro.
Nosotros también queremos formar parte de la movida. Y al módico precio de un dólar diario, alquilamos bici. Aunque nuestra occidentalidad sea imposible de disimular, nos hacemos los vietnamitas por un rato, gozando de las perspectivas que emergen por doquier.
Así pasamos por los diferentes templos y pagodas del centro histórico. Se destaca Quan Cong, el más tradicional de los santuarios de la ciudad, de estilo chino. Los detalles de la bellísima construcción, refrendan en el viajero su admiración por la cultura asiática. Muy cerquíta de allí, sobre la calle Tran Phu, el puente japonés deja entrever la influencia arquitectónica de aquel país. Esta pequeña pasarela techada es el emblema de la ciudad y desde allí se pude acceder con facilidad a la diminuta costanera.
Sobre las márgenes del Río Thu Bon, el colorido emerge nuevamente. Aquí respiran las milenarias tradiciones locales, corporizadas en barcos pescadores y comercio sobre el agua. En este sector, la mayoría de las viviendas lucen dos pisos y tejas. Todas visten de pastel, siendo el amarillo y el rosado las tonalidades predilectas. Vale la pena realizar un paseo en bote, deshilando la silueta de Hoi An y sus virtudes. Cada metro recorrido es un deleite a los ojos.
Seguimos pedaleando
Vamos por más y retomando las entrañas del casco viejo nos metemos en el mercado, para entrometernos nuevamente en la idiosincrasia vietnamita. Mucho pollo, mucho arroz, mucha fruta, en medio de un hervidero popular. Retomando Tran Phu, vuelve la calma, entre decenas de negocios que ofrecen la especialidad de la casa: Ropa. Hoi An también es célebre por su irresistible tandem textil de calidad-precio.
Luego de dar un par de vueltas, cruzamos el río para llegar a An Hoi, o a Cam Nam, barrios donde el turista convencional, vaya uno a saber por qué, no llega. Más tarde, en suave pedaleada, arribamos a las playas de Cua Dai. Palmeras, buena arena y mar eterno. Una estupenda plataforma de descanso frente a la isla de Cham.
Pero ya habrá tiempo de agua. Las nubes repentinas anuncian lluvia, tan común por estos lares, y salimos disparando. Queremos ver cómo la garúa le da al talante de la ciudad, un aire aún más encantador. Si cabe.
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