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Obra teatral protagonizada ayer por maestras en el Jardín “José Ingenieros” |
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I. De todas las palabras, consultas, consejos, preguntas, ejercicios y dictados, sólo me reconfortaría volver a escuchar una frase. Aquella que me decía, cuando se acercaba a mi banco, me miraba a los ojos y repetía: “¿Qué te pasa?”.
Con la mirada todavía en el cuaderno, le respondía: “No, seño, no pasa nada”. Ella intuía un problema y yo, tácitamente, le agradecía el gesto. A veces, su perfume me recordaba a mi vieja, como también ese sexto sentido materno que se convertía en ineludible, en implacable. Años después, cada vez que me asaltaba una duda, ese aroma volvía a cubrirme cuando una mano y unos ojos se apoyaban en mí antes de preguntarme “¿qué te pasa?”.
II. A veces me pregunto qué les habrán dicho las primeras maestras a Mozart, a Einstein, a Gandhi, a San Martín, a Maradona. Qué recordaron de sus palabras. Si retuvieron más la tabla periódica de elementos o esas dos frases que le levantaron el ánimo un pésimo día.
Qué les dirán ahora las maestras a los chicos que viven sin pan, sin techo, sin futuro. ¿Cómo se paran frente al aula para hablarles del crecimiento productivo?
Quisiera saber cuáles son las respuestas de esos pibes cuando les preguntan qué les pasa. Acaso no sean tan diferentes a las que escucharon las primeras maestras de Mozart, Einstein o Maradona.
III. Me pregunto a cuántos chicos una bala les prohibió para siempre la posibilidad de que un maestro neuquino se les acercara a preguntarles qué les pasa. Pienso en Fuentealba y en su maestra que, a pesar del dolor, debe sentirse orgullosa de haber formado a un hombre que murió peleando por sus derechos, con un delantal como único escudo. Y las tizas que escriben palabras como únicas armas.
IV. Mientras escribo trato de recordar las veces que me he acercado a mis maestros a preguntarles “¿qué les pasa?”. Si ya no aguantan más, si no llegan a fin de mes, si han perdido las esperanzas en nosotros, si creen que a pesar de los pesares, vale la pena resistir. Porque enseñar letras, números y valores, todavía, es mantener un país de pie.
Con apenas un par de tizas y un pizarrón. Y esas tres palabritas que de vez en cuando te reconfortan la vida.
Juan Ramón Seia
De nuestra Redacción
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