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4 de Abril de 2010
Opiniones - Cartas - Debate
Raúl Alfonsín y una calle
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Con sorpresa leía, en la edición de EL DIARIO del 1 de abril, que vecinos de mi ciudad, afincados sobre el denominado bulevar Argentino son reticentes a rebautizar esa arteria con el nombre de Raúl Alfonsín.
Quiere el destino, que haga justo un año del fallecimiento del presidente Alfonsín, y 23 del momento más trascendente de su mandato, la Pascua de 1987.
Mi pregunta sobre esta situación radica en que quizás, no entendamos o no nos hayamos dado cuenta de la importancia de este hombre y lo que aportó a nuestra sociedad. A lo mejor, quienes moran sobre el bulevar de referencia, pertenezcan a una joven generación.
La denominación de una calle, siempre tiene su origen en la honra que la sociedad de entonces le tributa a personas trascendentes, lugares, fechas o símbolos.
La importancia de la referencia muchas veces es inamovible, nadie le cambiaría el nombre a la calle San Martín o Belgrano, tampoco al de algún país o provincia argentina.
Pero en este caso, la denominación actual de la mencionada arteria, es un abstracto que refiere a quienes cotidianamente escribimos la historia (argentino), por lo que no hay nada de trascendental en ello. Sí quizás, la denominación de bulevar España o Italia que es un tributo a la nacionalidad de aquellos inmigrantes que hicieron grande nuestra Patria, y el homenaje tiene posición.
Pero no puedo entender que le neguemos, en nuestra ciudad, un homenaje póstumo a la persona que fue el Dr. Alfonsín, con la enorme importancia que ha tenido para nuestra historia argentina más reciente, y no hablamos de un monumento, sólo hablamos de darle el nombre a una avenida que apenas alcanza 10 cuadras, y cuyo nombre hoy es más un abstracto que otra cosa, porque calles con símbolos que evoquen la argentinidad hay muchas.
Este hombre no fue un político más, tuvo sobradas muestras de fe y convicciones que se evidenciaron en su carrera pública. No se nos puede caer de la memoria que fue el defensor más ferviente de un estilo de vida del cual hoy abrazamos y lo vivimos de una manera natural. Si a un defensor de la paz se lo reconoce en el mundo entregándole un Premio Nobel, nos quedaríamos cortos los argentinos, con el premio que deberíamos haberle dado. Los que apelen a la memoria quizás recuerden lo mal que terminó su gestión presidencial en materia económica, pero hasta hoy, tampoco conozco gestión que en esta materia haya terminado mucho mejor. Como tampoco conozco después de él, un tipo con autocrítica valerosa reconociendo de su Gobierno que hubo cosas: “Que pudimos hacer, otras que no supimos hacer y otras que no quisimos hacer”.
Cuántas calles valen los desvelos de un hombre que pensó en defender las libertades básicas de las que hoy tan campantes gozamos como si vinieran del aire, y que luchó hasta instaurar los postulados básicos de nuestro Preámbulo constitucional, y nos lo transmitió como un rezo laico y una oración patriótica. Cuántas calles valen los sacrificios personales en pos de una idea que es la de apelar al sentido común y a la defensa de la ley, y la de asegurar hoy y para los tiempos futuros, la democracia y el respeto a la dignidad del hombre en la tierra argentina.
Tampoco me olvido de la sorna con que suele tratarse la frase: “Felices Pascuas”, que algunos advenedizos critican, porque dicen que traicionó la posibilidad de hacer justicia con muchos represores, con la famosa Ley del Punto Final y Obediencia Debida. Pero no seamos injustos, si a ninguno más que a él le costó tener que renunciar a principios sostenidos a fuego en su persona. “La casa está en orden”… sostuvo aquella vez, y fue una mentira piadosa para calmar los ánimos del pueblo. Si hasta aquí cabe algún reproche, está bien, vale, como valió el gol de Maradona con la mano; pero el segundo?... de ése habla la historia amigos, el gol más espectacular de los mundiales. Entonces digo: que la frase que debemos rescatar de aquella Pascua es la que nos lleva al principio más sagrado de todos “el valor de la vida humana”, …la casa esta en orden y no hay sangre en la Argentina. Cuántas calles valen eso, para un presidente que no quiso repetir la soberbia de desafiar la violencia con más violencia, aquel que después de esa conmoción y tensión nos instó a dar gracias a Dios, por no arriesgar sangre derramada entre hermanos. Cuántas lágrimas ahorró. Cuántos hombres sacrifican ideales y orgullos por defender la paz de toda una nación, y la protección cuidadosa de una frágil democracia, por aquel entonces.
Fue creador de la Conadep, un líder de los derechos humanos, del cumplimiento de la ley, de la no violencia, de la vida, de la democracia, el respeto, la ética, la honestidad, la cultura cívica, el diálogo, el consenso. Reconocido en el mundo entero, abanderado de la democracia latinoamericana, y que le supo decir al propio Ronald Reagan en la Casa Blanca que la América del Sur emprendía un camino sin retorno: el de la democracia. Y vaya si fue cierto. Hoy en esta región del mundo, los pueblos marcan su destino.
Cuántas calles necesita un hombre que se reconoce abatido en su gestión económica de Gobierno, y para no causarle un mal mayor al Estado, no se aferró a su investidura o la soberbia del poder, y decide renunciar antes a su mandato para darle el lugar a otro que el pueblo eligió libremente.
Cuántas causas en su contra se llevó a su casa por malversación pública?
Estimados vecinos de bulevar Argentino, hace 27 años este hombre nos marcó un camino, todavía no lo transitamos demasiado bien, pero si valoran la paz y la libertad como estilo de vida, reflexionen sobre lo expuesto, a mi familia tampoco le fue bien en lo económico en aquella época, pero seamos justos. Entre el valor de la vida y la plata, yo prefiero el primero.
A usted, señor intendente, también apelo, porque sé que aunque pertenece a otro color político, es militante de la democracia y tiene sentido plural. Como aquel de Balbín que despidiendo los restos del General Perón “despidió al amigo”, y como el de un peronista histórico e indiscutido como don Antonio Cafiero que sentenció: “Amigos radicales, en esta hora, lamento decirles que Raúl Alfonsín dejó de pertenecerles, porque ha pasado a ser, patrimonio común de todos los argentinos”.

Juan Romeo Benzo

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