“Ahora estoy bien, peor estaba cuando juntaba maíz con la maleta en la cintura”, dice Apolonio Carrizo, el hombre que ayer celebró sus 100 años en perfecto estado de salud.
Se siente saludable y vital y encima, no tiene que trabajar. Por eso asegura que está mejor que en sus años mozos. “No siento los años, estoy bien”, asegura. Y su aspecto no lo desmiente.
Para él, el secreto de la longevidad es el alimento. “Yo como mucho maíz, guiso, locro, carne”, enumera. Y se ríe cuando le preguntamos sino le hace mal ingerir esos alimentos pesados. “El maíz nunca hace mal”, bromea. “Come más que todos nosotros juntos”, agrega un familiar.
Algo de vino ha tomado en su vida. “Un poco”, asegura. Sobre fumar, menos. “Salvo los cigarrillos que se armaban con la chala del maíz”, recuerda.
“Mire, no hay muchos secretos. El único es la sanidad, por eso voy a pedir por mi cumpleaños, más salud, para ir por 100 años más”, dijo.
Aunque, indagando más, cuenta algunos de los secretos guardados del monte santiagueño que lo vio nacer. “Nos curábamos todas las enfermedades con sopa de tortuga, es muy buen remedio”, aseguró.
Cada frase que termina, sonríe. Busca con la mirada a los hijos, nietos o bisnietos, que vinieron desde distintos lugares para celebrar su cumpleaños.

@100 o más

Los familiares estiman que en realidad no son 100 los años que festeja, dado que era muy usual hace un siglo en medio del monte santiagueño, que a los hijos se los anotara cuando ya tenían edad escolar.
Por eso, creen que su edad real se ubica en los 105 a 106 años.

@Una historia sin sobresaltos

Su lugar de nacimiento fue en Puesto de Rojas, en Santiago del Estero. Por allí anduvo la mayor parte de su vida, salvo cuando salía a trabajar en las cosechas y recorría Córdoba o Santa Fe.
Es padre de 28 hijos, de los cuales 12 son fruto de la relación con su única esposa. De esos 12, fallecieron dos y uno de ellos, que vive en el barrio San Juan Bautista de Villa María, decidió traérselo a su casa. “El vivía en el monte, en la zona de Sumampa, en Santiago del Estero. Cuando se murió mi mamá, lo invitamos con nosotros para que no se quedara solo”, dijo.
Apolonio no da mucho trabajo. Barre la vereda, lava los platos y se lava solo la ropa.
Tiene además 32 nietos y 30 bisnietos, siempre contando a partir de los 12 hermanos.
Llama la atención su andar. Pareciera que los cien años no le pesaran. Columna erguida, caminar lento pero seguro, sonrisa permanente y brazos fuertes. “A los 80 años se volteaba los algarrobos con un hacha”, recuerdan sus hijos. “Ahora no se”, duda Apolonio.
Su hábitat preferido es el campo. “Me gusta el campo, pero estoy bien acá”.
No está atado a las nostalgias. “Si pensás en el pasado, no extraño nada. Las cosas van para adelante”, dice.
Cuando le preguntamos qué hubiera querido hacer y no pudo, por esas cosas de la vida, dice convencido, que nada, que hizo todo lo que estuvo a tu alcance y deseó. “Me divertí mucho, iba a los bailes. No me casé muy joven porque no es bueno casarse joven y ahora estoy acá, mejor que cuando era un pibe”.
Anoche, más de 110 personas se reunían en torno a una mesa familiar para cantarle el feliz cumpleaños a Apolonio, un hombre fuerte y feliz.