Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO


Hay que hurgar entre las sierras y meterse. Pispear los pasadizos, adentrarse por caminos inesperados y descubrir. Así uno se encuentra con lugares como Villa Berna, y le agradece a Córdoba. Alejado de todo, rodeado de un paisaje natural digno de ser deleitado. Al medio, por allá, perdido.
En las entrañas del Valle de Calamuchita, desviándonos por Villa General Belgrano, aparece esta aldea que nada tiene, pero que cuánto agrada. Son apenas algunos complejos de cabañas, quintas y un viejo almacén. Bellas panorámicas que se extienden entre las colinas. Bosques, fauna serrana, cielo abierto. Y el mundo es tuyo.

@Conexión con la montaña

Villa Berna tiene subidas y bajadas por todas partes. Los constantes desniveles son un indicio inequívoco: estamos en el núcleo del valle, plena naturaleza. Los bosques de robles, coníferas y abedules vienen a aportar más pistas al respecto.
Aquí, la mejor de las opciones, siempre, es relajarse. Cuando el clima está mansito, conviene despatarrarse en la reposera y disfrutar del magnífico entorno. Un libro, una charla, un mate, son siempre bienvenidos. Es en esos momentos de paz extrema que el viajero siente una verdadera conexión con la montaña. Y más aún cuando de entre el follaje se aparece algún zorro gris. Curiosos e inofensivos, estos mamíferos están siempre presentes. Son parte importante del paisaje de la zona, tanto como las liebres, las iguanas, las chuñas y decenas de otras especies de aves. Están ahí, conviviendo con el forastero.
Pero sin dudas, es durante el invierno cuando el diminuto pueblo adquiere su mejor talante. La nieve se aparece cada año por estas latitudes. Su visita implica toda una serie de consecuencias: praderas cubiertas de blanco, leños en la chimenea, chocolate caliente y buena vida. Entonces, la estadía se reparte entre el interior y el exterior de la cabaña.
De cualquier manera, y sin importar la época del año, resulta recomendable acercarse hasta los ríos Reartes y Del Medio, que discurren en las cercanías y le otorgan aún más encantos al área. Ideal para perderse por las laderas, gozando de extensas e inspiradoras caminatas.

@Buenos vecinos

Saliendo del pueblo, y continuando el rumbo oeste, llegamos hasta La Cumbrecita. Este tradicional destino turístico provincial se encuentra a tan sólo siete kilómetros de Villa Berna. De fuerte tradición centroeuropea, brilla por su ubicación privilegiada, en lo alto del valle. Sus alicientes naturales son afamados: arroyos, cascadas y frondosos bosques merecen la visita permanente.
Si la energía alcanza y el entusiasmo sobra, cabe la posibilidad de introducirse por las quebradas de la montaña para alcanzar Villa Alpina. El trayecto a pie desde La Cumbrecita puede demandar entre tres y cinco horas, pero las visuales que se obtienen en el camino justifican el esfuerzo. Ya para entonces, el visitante habrá elaborado una idea cabal de las maravillas regionales.
Para los que busquen algún contacto directo con la civilización, Villa General Belgrano los recibe con los brazos abiertos. Veinticinco minutos en auto nos separan de una de las ciudades insignes de las serranías cordobesas. Restaurantes al aire libre, patios cerveceros, churrerías, espectáculos y juegos para los chicos conforman el completo amalgama de opciones vacacionales.
Luego, a trepar hasta Villa Berna, para deleitarnos de nuevo cuenta con la armonía de la montaña. Sale un zorrito gris caminando tras el abedul. Se queda quieto, nos mira, y sigue olfateando el terreno, como si nada. La luna brilla allá arriba, iluminándolo todo. Es un momento especial y habrá que grabarlo en la mente. La previsión será recompensada el lunes, cuando de vuelta al trabajo, podamos rememorar esos instantes tan preciados.

@Ruta alternativa:
De paulistas y cariocas

Escribe

El peregrino impertinente

Los brasileños, ácidos e inteligentes (además de mujeriegos, fiesteros, holgazanes, caravaneros y chamuyeros), son expertos en hacer bromas y chicanear a sus adversarios. A la hora de la pica, se mueven como pez en el agua, siendo capaces de denostar a su rival con argumentos de lo más simples.
En el país de Lula, el antagonismo más famoso se da entre paulistas (habitantes de San Pablo, capital financiera e industrial de Brasil) y cariocas (habitantes de Río de Janeiro, capital del carnaval, la fiesta, el samba, la playa, las mininas y todas esas armas del Diablo).
En tal sentido, los paulistas le endilgan a los cariocas el hecho de ser parranderos y poco proclives al trabajo. Aquellos contragolpean con un argumento sencillo pero sólido: sin renegar de su carácter ocioso, se burlan de los oriundos de San Pablo, por carecer éstos de playas en su ciudad.
Voce nao tein praia
“Voce e’ un vagabundo (vago)”, le grita David, paulista de ley a Jorge, carioca hasta las muelas “Si, mais voce nao tein praia (playa)”, le responde el otro, relajadísimo. “Voce e’ un malandra (holgazán)” Vuelve a la carga David. “Si, mais voce nao tein praia”, aclara Jorge, recostado, manitos en la nuca.
Desesperado, el de San Pablo hace el último intento, “Voce e ruin (mal tipo, una porquería de persona)”. El de Río ni se inmuta, y tras cubrirse la cara con su sombrero, retruca: “Si… mais voce nao tein praia”. A los ojos de un carioca, vivir en un lugar sin playa es el peor castigo que puede sufrir un ser humano. Sol y mar ante todo. Lo demás es descartable.
Cómo me hubiera gustado agarrarlo a este Jorge y darle una lección de moral y buenas costumbres. Pero para qué, me hubiera cerrado la boca de un soplo. Al fin y al cabo, eu tampoco tein praia.