Despedir a un abuelo. Decirle “Chau viejito, gracias”. Sentir la angustia profunda de que algún día llegará la noticia más cruel pero inevitable por internet, radio, televisión. Una noticia que va a conmocionar, que va a transformar el mito viviente en bronce.
Quizás pasen muchos años, varios discos incluso. Pero cara a cara ya no lo tendré. Fue su última gira mundial (actuó a fines de marzo en el Luna Park). Llegué a tenerlo a dos metros de distancia, frente al escenario. Absorbí el movimiento de sus dulces manos, de sus pupilas, de su sonrisa, de los suspiros, de sus 84 años. Sobre el final, mientras la ovación se tornaba ensordecedora, le descolgaron su mítica “Lucille”, la guitarra de toda su vida, y la colocaron sobre un atril a un costado, como en reposo, luego de hacer el amor con su amo.
El mito, el ícono, el máximo Rey siguió en su silla, repartiendo púas, prendedores y colgantes con la ternura de un jubilado en el banco de una plaza tirando semillas a las palomas. A treinta centímetros tenía la cara de un patovica, no me importó, se me desencajó el rostro y grité a puro llanto todo lo que sentía.
Detrás de B.B. estaba parado uno de sus trompetistas. Un tipo enorme, en talento y en volumen corporal. Me di cuenta que me miraba, lo miré, me sonreía tiernamente. Creo que leyó mis pensamientos y creo haber leído los de él. Toda mi historia con el blues, todo lo que estaba ante mis ojos, toda la historia y la tragedia afroamericana vivida por ese hombre en carne propia, y la conclusión de ambos sobre el triunfo final de los genuinos sentimientos del blues en todos los rincones del planeta, todo eso ocurrió eléctricamente entre la mirada suya y la mía, que seguía humedeciendo mi rostro sin ningún prejuicio ni pudor.
B.B. levantó los codos pidiendo ayuda a sus asistentes para ponerse en pie. Creo ver la fuerza de 15 mil espectadores dispuestos a elevarlo más alto que nadie. Siempre estuvo en pie, siempre fue nuestra bandera, y su buena salud nos dará muchas más satisfacciones desde allá, desde su país, su tierra, su gente.
Yo desde aquí, la tierra de su amigo Pappo, seguiré mezclando alegrías y nostalgias. Disfrutando de su música y su ejemplo y agradeciendo a Dios haber tenido la oportunidad de decirle en la cara “Chau viejito mío, gracias por todo”. César “Titina” Bravín
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