“Vengo de la cultura de llevar el peso a la casa”. Deja las palabras rondando por los rincones de su hogar, de esa casa que hoy disfruta plenamente junto a su familia.
En barrio San Justo, Antonio Armando Paul abre la caja de los recuerdos a la periodista de EL DIARIO.
Los va sacando de a poco y con orgullo. Muestra el mayor tesoro de un hombre: una vida de trabajo.
Todos lo conocen por “Titi”. Muchos lo recuerdan siempre sonriente, atento, trabajando con “la camiseta puesta” en la sucursal del Banco Nación Argentina.
“Entré al Banco el 17 de octubre de 1955, andaba un tanque de guerra por la plaza...”
Era apenas un adolescente y ya sabía lo que era ponerle el hombro al hogar. En ese Día de la Lealtad, en el año de la Revolución Libertadora “Titi” entró a la entidad financiera que sería su segunda casa durante casi medio siglo.
“Me llamaron del Banco porque mi padre había trabajado ahí y falleció. En esa época había una resolución que le daba prioridad de ingreso a los familiares. Por eso me llamaron, empecé como cadete.”
Recuerdos, momentos de la vida, vivencias del pibe que supo calzarse los tamangos en busca del mango... “Era el sostén de mi madre viuda, el mayor, mis hermanos eran más chicos”.
Pasó su infancia en La Carlota. Su terruño, en las calles que lo vieron jugar, cosechar amigos, ganarse los primeros pesos en un negocio de ramos generales, haciendo repartos de mercaderías en una bicicleta con portaequipaje.
A los dieciséis las puertas de Villa María se abrieron con su ingreso al Banco Nación.
“Hasta los 18 fui cadete en el Banco, después pasé a ser auxiliar y luego comencé a armar las carpetas de créditos. Lo que me permitió recorrer las filiales.”
Toda una historia de servicio en la misma institución. Una historia que culminó a fines del año 1994 cuando el beneficio de la jubilación llamó a su puerta.
“Lo mejor que nos pasó fue Villa María”, dice mientras su esposa, la compañera de su vida apoya sus palabras, sirve café y muestra las fotos de sus amores: los nietos.
“Tengo recuerdos muy gratos de esos años de trabajo, muy gratos...”. Sonríe, sus ojos por momento se iluminan, se encienden con el fuego de esos capítulos de juventud.
Esos instantes que fueron depositando en su haber y a plazo fijo tantas alegrías. Las dos hijas, los nietos, los compañeros de ruta, los amigos. Buenas inversiones en el terreno del cariño.

Ponerse la camiseta

“Debemos tener cariño por lo que hacemos. Amar el trabajo que uno tiene, ponerse la camiseta.”
Un mensaje para los trabajadores. Para aquellos que recién empiezan, para los que tienen varios años de esfuerzo en las espaldas. Mensaje de experiencia. “Siempre le dije a los jóvenes: hay que atender bien a la gente, de la mejor forma posible. Atender bien es exactamente el mismo trabajo que atender mal”.
Vuelve a sonreír. Su esposa Norma prepara la mesa. Nos atiende muy bien. Disfruta cada palabra de su marido, cada recuerdo compartido.
¿Extraña el trabajo en algún momento...? Preguntamos así, un tanto en serio, un tanto en broma.
La sonrisa fue tan amplia que no esperamos la respuesta.
“La paso muy bien, disfruto de la familia, de los nietos, los llevo de un lado a otro. En realidad, sigo trabajando de remisero”, afirma con humor.

Las cosas que no se olvidan

Casi medio siglo entre mostradores, cajas, billetes de todos los tipos: pesos de distintas leyes a través del tiempo.
Casi medio siglo, con gobiernos de todos los signos. Toda una vida al servicio de su trabajo, esa tarea que dejó huellas imborrables, cosas que no se olvidan.
“Hice muchos amigos, adentro del Banco y afuera del Banco. Muchos amigos...”
El tesoro de la amistad escrito en letras de molde en su diario personal.
Hábitos que se pegan a uno, que no te abandonan.
“Todavía me despierto a las seis de la mañana... tantos años, claro que ahora me doy vuelta y sigo durmiendo.”
Casi medio siglo entre crisis económicas, hiperinflación, convertibilidad, devaluación.
El país vivió momentos duros y el Banco Nación siguió allí. Pilar de una historia. Y “Titi” como tantos otros trabajadores, estuvo allí sosteniendo con su esfuerzo, con sacrificio, con cariño ese pilar argentino.
“Titi” Paul estuvo allí, con la camiseta puesta, con la sonrisa a flor de labios, cumpliendo con su deber.
Porque, es un tipo que a los 71 años levanta con orgullo la bandera de la cultura del trabajo.
Porque desde pibe, como dice el tango, se “calzó los tamangos en busca del mango que te haga morfar...”.
Porque hoy, transmite esa cultura a los suyos.
Vaya, en su figura, este homenaje a todos los jubilados. A los que dedicaron toda una vida al trabajo.
N.M.