Con la letra de “Ferroviario”, Daniel Salzano pinta como ninguno el sentimiento de los trabajadores del ferrocarril que quedaron sin trabajo en los ‘90, cuando el menemismo lanzó la sentencia de muerte cuando afirmaba “Ramal que para, ramal que cierra”.
En Villa María, había en ese entonces 76 maquinistas. Quedaron 4.
Hoy, si bien están lejos de recuperar todas las fuentes de trabajo perdidas, lograron volver a empezar muchos de aquellos conductores.
Algunos de ellos son Hugo Verdenelli, Luis Racciatti, José Mosquera, Edgardo Molina, Carlos Guzmán, Daniel Celiberto y Miguel Ferreyra, quienes aprobaron recientemente el curso práctico de maquinistas y están trabajando en el lugar del que los habían despojado en los años ‘90.
Todos son hijos -y algunos también nietos- de ferroviarios. Aseguran, que el ferrocarril no es sólo un lugar de trabajo, sino “un sentimiento”.
Ferreyra, quien es el titular del sindicato de los fraternales, recordó que en una de las tantas veces que, buscando trabajo, habló con el dueño de Nuevo Central Argentino (NCA), la actual concesionaria de los trenes, le dijeron que los trabajadores de Villa María “estábamos mal conceptuados”.
“Lo que pasa, que en ese momento nosotros cuidábamos los trenes. No permitíamos la sobrecarga, porque sabíamos que nos íbamos a quedar sin vagones. No salíamos si no funcionaban bien los frenos. Eso para las autoridades de entonces, estaba mal”, dijo uno de los maquinistas.
Otro “fraternal” (ese es el nombre del gremio que los nuclea) recordó que la sociedad, de alguna manera los acusaba de las pérdidas del ferrocarril. “Decían que se perdía un millón de dólares por día, pero no hablaban de que viajaban un millón de personas por día. Si había pérdidas, era por manejos políticos, no por los trabajadores”, indicó.
También reconocieron algunas culpas. “Más de 70 personas en la calle en esta ciudad y Villa María ni se enteró. No supimos decirle a la gente que estábamos sosteniendo un servicio público”, admitió.
Así hicieron con infinita tristeza su camino de recuperación. Alguno fue conserje, otro puso una lavandería, un tercero se las arregló con un tallercito y hasta hubo uno que, en broma, dijo que “hasta lavaba para afuera”.
Lo que primero parecía un sueño, se fue convirtiendo en realidad entre 2004 y 2006. Salieron de la pesadilla de vivir sin ingresos sostenidos durante una década y volvieron a empezar. Hoy, retoman orgullosos el camino de sus padres y abuelos, hoy, nuevamente son maquinistas.

Los jóvenes

También están iniciando su camino algunos jóvenes que son hijos de estos ferroviarios despedidos en los ‘90. Cristian Correa, Roberto Cisneros y Hugo Arancibia, de la localidad de Ceres, retomaron el camino de sus padres y hoy son aspirantes.
Están lejos de sus familias, el sueldo no es el que era antes, pero están felices de ser ferroviarios y además, aseguran que Villa María los trata muy bien. “Uno de los momentos más difíciles de mi infancia fue cuando a mi papá lo echaron del ferrocarril. Lo vi remar mucho para salir adelante”, recordó uno de los jóvenes.
Quieren hacer su aporte para que una vez más, ser ferroviario, sea uno de los trabajos más prestigiosos del país.

La década infame

La red operable de ferrocarriles que era de 35.746 kilómetros y recorría todo el territorio nacional se redujo a 8.339 kilómetros. Además de 27.407 kilómetros de vía, desaparecieron 80 pueblos (más otros 440 cuya vida peligra), 4.500 vagones, 800 mil durmientes de quebracho almacenados y 81 mil puestos de trabajo. La herencia de la década del menemismo.