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La pieza, elaborada por Carl Orff, rescata poemas profanos de ex clérigos |
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“Oh fortuna, como la luna, de estado variable.” Así, con esa sutileza poética, un lector incauto no advertirá acaso que tales versos pertenecen a los impactantes pasajes en obertura y epílogo de la controversial ópera “Carmina Burana”.
Una fuerza arrolladora, provista de cimbronazos marciales y primitivos en percusión, rellena de sonidos el cántico general e “in crescendo” de las voces en alto, esgrimiendo las filigranas más profundas de una obra considerada como una de las más importantes del Siglo XX.
El domingo por la noche, el público villamariense pudo disfrutar la puesta en escena de la pieza lírica diseñada por Carl Orff sobre textos profanos escritos en los Siglos XII y XIII.
Más de cien artistas participaron del espectáculo que iniciara el ciclo operístico del Eninder en el Teatro Verdi, ante una audiencia que arribara al 80% de la sala. El mayor despliegue fue plasmado de par a par por el Coral Ensamble de Buenos Aires y el Coral Opera del Centro, integrado por docentes y estudiantes de la UNVM (como Cristina Gallo, Fabián Mosello, Marianella Chiabrando, María Luz Díaz, Facundo Crettón, Jésica y Jorge Durbano, Miriam Ferreya, Florencia Frete) y coreutas de otras localidades, dirigido por Manuela Reyes. En materia de prestigio artístico, se lucieron los solistas del Teatro Colón, el barítono Gustavo Feulién, el contratenor Damián Ramírez y la soprano Cecilia Layseca, quien ya había actuado en el Verdi en dos ocasiones anteriores en la obra “Capuletos y montescos”.
@De amor, vino y juerga
La nota tierna de la velada fue ofrecida por el Coro de Niños de la Escuela Normal Víctor Mercante, dirigido por Ivana Perren, el cual aportó -amparado por la voz de Layseca en arias superlativas- una suerte de mantras infantiles en los cánticos 15 (“El amor vuela por todas partes”) y 22 (“Es un tiempo alegre”), el cual al finalizar se repitió como bis.
Mientras el director General Gustavo Codina (responsable del Coral Ensamble), puntuaba su batuta, los pianistas Jorge Ugartamendía y Andrea García ejecutaban las teclas de manera incendiaria y en escalas frenéticas como exige la mayor parte de la obra. En tanto los demás intérpretes mantenían su posición hermética.
En ocasiones, ese grado de circunspección tan propio del género lírico contraviene con el contenido argumental de la obra. La pieza en rigor es una selección de 24 poemas profanos elaborados por ex clérigos rebeldes (los Goliardos) que le cantan al amor, la primavera, al vino y la juerga en plan de taberna. Frases como “Avido de placer, más que salvación / muerta mi alma, atiendo mi cuerpo” o “un coro de vírgenes prometen miles de goces”, dan a entender su cometido.
Con el mismo tenor, la obra sacude concepciones estructurales del poder, con advertencias reales: “El rey está sentado en la cumbre, ¡que se cuide de la ruina!”. Según especialistas, Orff rescató estos versos varios siglos después y con espíritu contestatario en pleno génesis de la Alemania nazi. Para fortuna del espectador, los textos fueron subtitulados durante toda la velada. Una apostilla que completa el entendimiento y su deleite.
Juan Ramón Seia
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