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El peregrino impertinente
Hay lugares que nos traen malos recuerdos. Hay lugares que nos provocan angustia. Hay lugares a los que no volveríamos ni por un kilo de matambre, molleja y chinchulín. Esos lugares: los que se aparecen en la retina alimentando las ganas de inmolarnos viendo Alumni contra Guillermo Brown de Puerto Madryn, un domingo a las siete y media de la tarde.
A mí hay un montón de lugares que me produjeron esa sensación de desamparo y tristeza, sólo anulable a partir de un guiso de fideos y antidepresivos. Pero ninguno causó en mí sentimientos tan negativos como Bratislava, la infame capital de Eslovaquia.
La cabecera de la ex nación comunista es lo más triste que he visto. Es más triste que Bambi. Allí todo es gris, sombrío. Los edificios son viejos y deslucidos. La figura de la ciudad transmite una sensación a muerte que excitaría al mismísimo Drácula.
Hostel, la película
No en vano Quentín Tarantino escogió Bratislava para filmar Hostel, una espantosa película de terror producida por él. En el filme, un grupo de jóvenes estadounidenses, de vacaciones en Europa, se aloja por unos días en un hostal de la ciudad. Allí son víctimas de un grupo sanguinario que los somete a las más terribles torturas, para deleite de turistas que pagan para verlos sufrir.
Yo estuve allí antes que la película se estrenara. Y les puedo asegurar que a cualquiera que ande por aquellas latitudes, le surgiría la capacidad de imaginarse un guión tan o más espeluznante. Es automático: uno, al contemplar la silueta de Bratislava al atardecer, se toma unos mates con la parca.
Deberían largar una campaña publicitaria: “Venga a Bratislava, donde el aire sabe a agonía”. Al principio, es eslogan puede antojarse desacertado. Pero le aseguro que a los amantes del terror les va a encantar.
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