Escribe Pepo Garay Especial para EL DIARIO Está ahí, en el medio del planeta Córdoba. Como el rey del baile, el que todos quieren mirar. Estar cerca de él, tocarlo. Provoca suspiros entre las mujeres. Y admiración entre los hombres. Le sobran armas de seducción. El dique Los Molinos es, desde hace décadas, uno de los destinos más loados de la provincia. Será por su espléndida fisonomía. O por el entorno natural que lo rodea. Tal vez por su cercanía geográfica con la capital y el resto de los epicentros turísticos. Lo cierto es que sus laureles están más que justificados. Durante todo el año, miles de visitantes así se lo hacen saber. Símbolo de las sierras, este espejo de agua goza de un hábitat privilegiado. Cerros y laderas que brotan verde se dispersan a sus costados conformando una exhibición única. El viajero no se cansa de circundar su silueta, en un escarpado camino que descubre visuales en cada curva. Cuando el sol aparece, no hay quien le gane. Entonces, el lago llega a su clímax. @Llegar para quedarse Ubicado a solo 80 kilómetros de la ciudad de Córdoba, es también de fácil acceso para los villamarienses. Se puede arribar tanto por el norte (por autopista, desviando en Pilar para tomar rumbo hacia Alta Gracia) como por el sur (a través de la ruta 6, que se une luego con la 5, pasando por Embalse y los demás prodigios del Calamuchita). El primer camino permite un acceso más rápido y cómodo, mientras que el segundo suma puntos a partir de las panorámicas serranas que ofrece. Pero más allá del itinerario escogido, lo importante es llegar. Recién cuando pisa tierra firme, el viajero logra absorber la fuerza del escenario. Sin importar la época del año, lo mejor es instalarse y descansar al son del paisaje. Al oeste, allá lejos, se presienten las cadenas montañosas de la Reserva hídrica provincial Pampa de Achala. Al sur, la continuación de aquellas cumbres, que separan al dique del Valle de Calamuchita propiamente dicho. Con vista al norte, se pueden apreciar las virtudes del Cordón de Santiago. Si el tiempo lo permite, las opciones se multiplican. La actividad acuática surge como una oportunidad inmejorable para introducirse de lleno en la esencia del lugar. Alquiler de motos de agua, hidropedales y kayacks se suman a los paseos en barco, ideales a los fines de someterse a la belleza local. También vale la pena animarse al windsurf, modalidad que suma adeptos por lo gratificante de su práctica en un ambiente más que apropiado. @Impregnarse de Córdoba Lo cierto es que husmear en esas aguas luminosas, es impregnarse de Córdoba. El lago está constituido por las aguas que bajan de los ríos del Medio, San Pedro, Los Reartes y Los Espinillos. Afluentes que vienen bajando, y que tributan en este lago buena parte de los portentos provinciales. En los alrededores, varias localidades invitan a un baño de paz y cultura de montaña. Potrero de Garay acude al convite para mostrarnos la simpleza de la vida serrana, lo mismo que Villa Ciudad América. Ambas con una interesante oferta de cabañas y otros alojamientos para el relax. Algo sencillo, sin demasiado lujo ni ostentación. Aquí, nadie se olvida que lo importante sigue siendo otra cosa. @Ruta alternativa - Ducha a la vietnamita Escribe: El peregrino impertinente En Vietnam, le gente es confianzuda. Yo lo atribuyo a que son muchos viviendo en un país chico. Siempre, invariablemente, en cualquier lugar, a cualquier hora del día, hay gente. Y entonces casi no hay espacios para la privacidad. Una parejita que viaja en el tren se tiene que comer al viejo del lado que les tira migas en los besos. Al padre e hijo que cenan en el comedor, no les queda otra que acostumbrarse al ruido que hace el tipo con quien comparten mesa. Y el inocente viajero que acude al baño a colaborar con sus necesidades, debe resignarse a ver su intimidad hecha trizas. Una vuelta, me encontré tomando unas copas en un sórdido barcito de Hanoi, la entrañable capital. Rodeado de multitudes, como siempre, saboreando los brebajes que el simpático mozo me hacía llegar. En eso me llama la naturaleza y yo, como soy educado y servicial, la fui a atender. ¡Sorpresa! Así encaré para el baño, con la vejiga ensimismada y el apuro a cuestas. Pero no va que al abrir la puerta, me encuentro al mismo mozo, ya no de uniforme, sino completamente desnudo. El tipo se estaba bañando con la ayuda de la canilla y una improvisada palangana. "No problem", me dijo, haciéndome señas de que mi presencia allí no le afectaba en lo más mínimo. Me sentí un invasor, pero mis urgencias también reclamaban protagonismo. Mientras yo eliminaba lo mío, el nudista cantaba, al tiempo que por una puerta completamente abierta, que daba al patio, se veía el ir y venir de cocineras y lavaplatos. Como si nada. Ni pudor ni dramatismo. En Vietnam, tampoco hay lugar para eso.
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