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El autor de esta nota, durante su disertación |
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Todos los problemas sociales repercuten tarde o temprano en la escuela. El problema del tránsito no parece ser la excepción. Todos pensamos, al momento de buscar soluciones de fondo más definitivas, en la escuela o mejor dicho, en la educación. Pero no se trata de engordar los contenidos curriculares con más datos o mayor información solamente. No alcanzaría el tiempo escolar para ello.
Pensamos que cuando se trata de la educación sexual, educación vial, prevención de incendios, etcétera, tenemos que ir al denominador común de estos problemas, que tiene que ver, con el respeto por las normas y el consecuente respeto al “otro” y con la posibilidad de convertirme en un ciudadano, constructor del orden social en el que me encuentro. Tiene que ver, en definitiva, con la formación ética y ciudadana.
Por eso entiendo que se trata más de un problema de “formación” que de “información”.
Para aportar en este sentido me parece debemos reflexionar un poco sobre el fenómeno ético. En primer lugar, debemos decir que sólo el hombre se cuestiona acerca de la bondad o la maldad de sus actos. Los animales no tienen problemas de conciencia. Estos no se saben sujeto de sus actos y por lo tanto, tampoco se reconocen responsables de los mismos. Consecuentemente, donde existe una comunidad de personas encontramos algún código de comportamiento. La comunidad aprueba a quienes cumplen con el código y reprueba a quienes lo violan.
La ética, por lo tanto, es un hecho que no hace falta demostrar. Se nos impone.
El “hecho” de la ética nos conduce a observar una misteriosa relación. Me refiero a la relación entre el conocer y el querer o mejor aún, entre la inteligencia y la voluntad. Seguramente nadie podrá adherirse a una norma que desconozca, pero por otro lado, el conocimiento de la norma no implica que necesariamente nos adhiramos a ella.
No existe una relación de necesidad causal entre el conocer y el querer. San Pablo, en una de sus cartas da cuenta de este misterio humano, que se resiste a la lógica: “Hago lo que no quiero y dejo de hacer lo que quiero”, nos dice. Y cada uno de nosotros, puede repetir esta terrible experiencia de no hacer o no elegir, siempre lo que nos conviene o lo que nos parece mejor o más bueno.
Aplicando estas reflexiones al problema del incumplimiento de las normas de tránsito resulta que nunca podremos resolver este problema de manera definitiva porque, en ese caso, estaríamos resolviendo el problema de la limitación de la naturaleza humana, que aún conociendo, queda indeterminada en el ejercicio. Por lo que siempre será necesario el control y la sanción.
Si avanzamos un poco más, advertimos que nadie elige lo malo en sí. Pongamos un ejemplo referido a nuestro problema: si la opción sería “utilizo el casco o si no seguro me rompo la cabeza”, todos usaríamos el casco. Pero la opción que se nos presenta es: “Si no uso el casco, es muy improbable que me rompa la cabeza” o “es improbable que me controlen”. Por lo tanto, no confronto el valor de la vida o la salud con la incomodidad que puede resultar de usar el casco, sino que pienso que debo ir incómodo innecesariamente porque, en realidad, no creo que me vaya a pasar nada.
“Nadie cree que le vaya a pasar nada pero las cosas pasan y no por obra del destino”, como bien lo señalaba el doctor Horacio Botta Bernaus un especialista en el tema. Deberíamos pensar que aunque confiemos en nosotros mismos, en nuestra destreza o prudencia, no todo depende de nosotros y deberíamos prevenirnos para evitar los accidentes que son evitables.
En los accidentes de tránsito queda particularmente manifiesto que cuando no cumplo con las normas me hago daño y hago daño, aunque esto pasa también en cualquier orden de la vida social.
Volvamos a la educación. En este terreno, muchas veces sin querer, presentamos las normas en forma negativa como un mero límite. Suele ser odioso adherirse a un límite que impone otro, sobre todo si no se entiende el fundamento o el sentido de la misma.
Yo creo que debemos presentar las normas positivamente, como un camino de realización, como la posibilidad de despliegue de la libertad que se determina porque elige lo bueno para sí y para los demás.
El alumno tiene que asumirse como constructor del orden social porque la sociedad no es una entelequia, no existe en sí misma, sino que se realiza en la relación y depende de los sujetos que la soportan. Una sociedad “nueva” surge de la suma de “comportamientos nuevos” de los ciudadanos. Lo que le pasa a un miembro de la sociedad de alguna manera nos pasa a todos.
Educamos cuando logramos que los alumnos asuman e integren las normas como un valor, como algo bueno que tienen que desplegar y hacer presente en la comunidad; seguros de que así se realizan a sí mismos y construyen la sociedad con la que sueñan y desean.
Profesor Enrique
Armando Luna
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