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“La Revolución de Mayo no ha concluido, pero es innegable que, como la gran explosión que según la ciencia originó el Universo, ha estallado y su numen aún se expande”, señala Rüedi en su comentario |
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Escribe: Rubén Rüedi (*)
Mirar hacia atrás para iluminar el presente, más que el futuro. Porque el futuro es hoy, está entre nosotros y seguirá materializándose día a día.
El Bicentenario nos encuentra plenos, en ebullición, con las voces cobrando altura, debatiendo, dilucidando los senderos que tantas veces se bifurcan.
En los grandes rasgos que nos confieren identidad, no estamos extraviados. El fragor de las ideas es la adrenalina de los pueblos y, en esto, el gran pueblo argentino goza de buena salud. Es vital y respira.
Hubiera sido trágico que el tremendo grito del 25 de Mayo de 1810, dos siglos después nos encontrara siendo una sociedad inerte, resignada a reptar como un pájaro de alas rotas.
Encuentros y desencuentros son el signo vital de una nación que marcha hacia su irrenunciable destino de luz. Porque los argentinos somos la pluralidad manifiesta; una patria construida con la argamasa de la originalidad que confiere la multiplicidad étnica y cultural.
La Revolución de Mayo no ha concluido, pero es innegable que, como la gran explosión que según la ciencia originó el Universo, ha estallado y su numen aún se expande. Somos libres, lo demás no importa nada, parafraseando a San Martín. Es nuestra la libertad y lo que hacemos con ella; eso es lo importante. Está en nosotros, por fin, la decisión de lo que hacemos con nuestra vida colectiva.
No tenemos el tiempo existencial de otras naciones que hace doscientos años ya discutían de temas que hoy nosotros tratamos de resolver. Muchos de esos pueblos hoy se sienten viejos. La Patria que parieron los hombres de Mayo, con sus diferencias, grandezas y mezquindades humanas aún está madurando como los frutos de largo aliento.
En este tránsito de la “fotosíntesis” nacional las raíces reverdecen permanentemente. No estamos secos, ni yacemos al pie de algún árbol que nos impida el desarrollo hacia las alturas.
La Argentina de los indígenas flagelados, los mestizos despreciados, los negros exterminados, los inmigrantes del sudor, los desterrados, al llegar el Bicentenario se distingue entre otros pueblos del mundo por ser un país donde el pueblo vocifera, donde nadie se calla y tanta construcción ciudadana acelera sus pasos hasta alcanzar algún día el sosiego propio de toda nación que como un río nutrido de diversos afluentes encuentra su cauce. Más temprano que tarde llegará ese tiempo: el de un proyecto de país aceptado como eje transversal de tanta diversidad.
Hubo que atravesar dolencias y desconciertos, como un niño que marcha hacia la adultez. Los dolores no han sido en vano, sólo circunstancias propias del aprendizaje; aunque algunas trágicas.
Ya basta. Argentina no vuelve hacia atrás; justamente porque hubo muchos dolores y los dolores de entonces es hoy la experiencia que sirve para templar el cuerpo social y no repetir la historia; sino, muy por el contrario, para que la historia sea el sustento de la madurez, como la fruta de largo aliento.
Hoy, a 200 años de los acontecimientos que iniciaron el camino hacia la construcción nacional, aun con sus devaneos y contradicciones Argentina es un país donde la vida tiene sentido. Y eso basta para celebrar el magno acontecimiento, sin complejos, con la autoestima ciudadana en su justa medida.
La historia no vuelve hacia atrás, pero se cobra sus cuentas pendientes. Por eso, vaya paradoja del destino, a dos siglos del 25 de Mayo de 1810, la Patria Grande perdida entonces vuelve a recomponerse con la unidad de las naciones de América del Sur.
Simplemente porque, hoy, el pueblo sabe de qué se trata.
(*) Presidente de la Junta Municipal de Historia
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