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“Y los gondoleros, los cancheros del barrio, continúan sacando pecho. Se saben importantes: ellos también son Venecia...” |
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Escribe:
Pepo Garay (Especial para EL DIARIO)
Orgulloso y altivo, el hombre fuma su tabaco en un café lindero al Canale di Cannarégio. Como los guapos de antes, se siente dueño del terreno. Un intocable. La estrella del circo. Forjó prestigio, se ganó su lugarcito. Anda con remera rayada y pantalón negro. El pelo bien engominado y sombrero. Personajes emblemáticos, los gondoleros simbolizan el carácter del lugar. Su sola figura remite a la ciudad de los canales, marcando su impronta. Esa que renace cada día en el imaginario mundial. Fantasía de verdad. Ilusión llamada Venecia. A un solo gesto, el tipo se desprende del pucho y toma el mando de la pequeña embarcación. Remo en mano, tantea las aguas. Y con un par de pasajeros a bordo, da inicio a la faena. Erguido sobre la popa, cree ser un emperador.
El sol le brilla en la cara, y la urbe y sus baluartes, a los lados. “Andiamo” avisa sin preguntar. Nos vamos de paseo.
Por el Gran Canal
Tomamos el Gran Canal, y para adelante nomás. La principal “Avenida” de la capital regional del Véneto ofrece vista privilegiada de las mejores obras de la arquitectura local. Los cuellos no paran de girar. A un lado la iglesia de San Simeone Piccolo desmiente su nombre con una enorme cúpula que la corona. Al otro, la de San Geremía provoca no menos admiración. Estamos en la zona de los grandes palacios, y ahí están ellos, brotando a granel. El Querini, el Giovanelli, el Fondaco dei Turchi, el Vendramin Calergi y el majestuosos San Stae son sólo algunos de ellos. Todo sabe a arte, a renacimiento. Todo maravilla.
Más adelante aparece Rialto. El barrio más antiguo y colorido de la ciudad, es también el más célebre. Muelles y mercados le dan vida. Destacables construcciones lo embellecen, como el Palazzo Bembo o el Fondaco del Tedeschi. Millares de ventanas y columnas caracterizan el estilo gótico de la zona. El puente de Rialto remata el cuadro.
Luego, el gondolero da un giro para tomar “La Volta”, una curva caprichosa que el Gran Canal realiza para seguir deleitando al visitante. Más obras, más Palazzos y más belleza. Cuando el cauce se reacomoda, surge la inmaculada Academia, con sus fastuosas galerías.
Las aguas se van abriendo, y para culminar el acto, Venecia ofrece lo mejor de su repertorio.
Sin tardanza, invita con la extraordinaria y monumental iglesia de Santa María Della Salute, el Palacio Ducal y la Plaza y Basílica de San Marcos. Esta última, icono por excelencia de la ciudad, está ungida por cinco grandiosas cúpulas, y más de mil años de historia. Hay que verla para creerla. El entorno, con la torre del Campanille y las galerías de los palacios, fortalece cualquier perspectiva.
Laberintos de agua y asfalto
Claro que la localidad del norte italiano no sólo gira alrededor del “Gran Canale”. Decenas de otros canales y callejones rebeldes se reparten desordenados en el mapa. Inmiscuirse por esos laberintos de agua y asfalto es descubrir los secretos de la otrora cabecera del imperio. En la esencia del lugar, poco ha cambiado desde entonces. Los muros, viejos y cansados, siguen cautivando. Las construcciones todas, con siglos a cuestas, no paran de brillar.
Y los gondoleros, los cancheros del barrio, continúan sacando pecho. Se saben importantes: ellos también son Venecia.
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