Escribe:
Jesús Chirino
En 1923 el colegio Italiano Don Bosco comenzó a ser dirigido por el profesor Juan Rocchi quien en poco tiempo tramitó la incorporación del mismo al régimen escolar provincial. A partir del año 1927 la institución pasó a denominarse colegio Mariano Moreno, estableciendo su sede en calle Corrientes esquina Mariano Moreno. Estando el establecimiento equipado para recibir estudiantes pupilos, junto a los niños villamarienses también concurrían a sus aulas menores de la zona rural y pueblos cercanos. Aquí repasamos algunas cuestiones de la vida cotidiana de la escuela en sus primeros años.
@ Horarios
Los alumnos pupilos se levantaban de sus camas con respaldo de caños a las 6 de la mañana en verano, y a las 7 horas cuando regía el horario de invierno. En los dormitorios las camas estaban dispuestas en dos hileras con sus cabeceras contra la pared y un pasillo central.
Invariablemente el desayuno era servido cuando las agujas del reloj marcaban las 8 de la mañana. Treinta minutos después todo el alumnado se dirigía a las aulas para asistir al dictado de las clases que, con un recreo de diez minutos por cada hora reloj, se extendían hasta las 11.30 horas.
Tanto los pupilos como aquellos alumnos que eran medio pupilos, ingresaban al salón comedor a las 12 horas. Luego del almuerzo los estudiantes podían desarrollar visitas programadas a algún lugar de la ciudad o simplemente esperaban hasta las 14.30 que era la hora fijada para el regreso a la actividad áulica. A las 16.30 terminaban las clases y los alumnos externos junto a los medio pupilos se retiraban del establecimiento. Por su parte los estudiantes que pasaban la semana en la escuela se incorporaban a otras actividades previstas para ellos.
@ El ajuar de los pupilos
Según el reglamento publicado en los años ‘30 “el primer domingo de cada mes las familias” podían “retirar a los pupilos, siempre que éstos hayan observado buena conducta”. Estos alumnos debían ingresar a la escuela con los elementos que constituían el denominado “ajuar para los pupilos” que, entre cosas, constaba de un colchón y almohada, dos colchas de lana, una sobrecama -generalmente blanca- dos guardapolvos grises y dos blanco, un traje “para salida” -preferentemente de color oscuro- dos tricotas, un sobretodo, una “camisa de plancha con cuello” y una corbata.
Aquellos alumnos pupilos que ingresaban por primera vez debían llevar un mantel de 1,50 metro por 2 metros, que quedaba en el colegio. Otro dato que proporciona la descripción del ajuar de los pupilos publicado en un folleto, de los muchos con los cuales la institución abonaba su propaganda, es la necesidad de contar con dos gorras. Estos elementos eran parte del uniforme del alumnado, es más, a los pupilos se les pedía que tuvieran una gorra “para diario” y otra para “las salidas”. El ajuar de los pupilos se completaba con aquellos artículos necesarios para el aseo personal, una alfombra y tres mudas de ropa. El colegio se encargaba del lavado y planchado de la ropa, tarea por la que cobraba un adicional de cinco pesos mensuales.
En las fotografías que retratan a grupos de alumnos de aquella época puede verse a los estudiantes con sus sacos, o sus guardapolvos y sus gorras. Algunas de esas imágenes los muestran en paseos a orillas del río, en “fiestas campestres” o celebraciones en el edificio escolar.
@ Inspecciones
Según puede leerse en una transcripción que se ha hecho de la inspección realizada al establecimiento por Dimas Oliva en el año 1931, el edificio de Corrientes esquina Mariano Moreno tenía capacidad para albergar 220 alumnos. La misma funcionaria escribió que el edificio estaba “bien dotado de mobiliarios y materiales de enseñanza cuyo estado de conservación y aseo es bueno. Se llevan en debida forma los libros de Dirección y Personal, los libros de tópicos y el archivo”. La misma inspectora también escribió: “Los programas están bien interpretados, de acuerdo a los oficiales y normalmente desarrollados. La orientación general de la enseñanza se ajusta a la ley de educación común, con resultados satisfactorios….”.
Ese informe en nada difería con el realizado por el inspector David Robledo en el ciclo lectivo anterior. En esa oportunidad Robledo destacó: “El establecimiento educacional de que me ocupo va llenando la misión que se ha impuesto, de contribuir al adelanto educacional de esta importante y progresista ciudad…”.
Por su parte la inspección de A. Auchter, en 1929, señaló que la enseñanza: “...está bien orientada y se da de conformidad a los métodos más modernos, asume un carácter concreto, es decir, toda lección se desarrolla en presencia del ser, objeto o fenómeno que la motive”. El informe destacó que el colegio contaba con “…una dotación bastante completa de ilustraciones objetivas y pictóricas”. Por su parte el inspector Luis Bondone en su informe de 1925 decía “el establecimiento marcha normalmente y cumple satisfactoriamente su finalidad…”.
Los domingos a misa
Regresando a la actividad de los alumnos, en aquel tiempo no era raro que los villamarienses se cruzaran en las calles con grupos de estudiantes del Mariano Moreno que iban de visita a establecimientos fabriles, a comercios de la ciudad o a la costanera del río. Los días domingo todos los alumnos internos, salvo aquellos cuyas familias manifestaban no estar de acuerdo, eran conducidos en grupo a la iglesia para participar de la misa. El reglamento de la institución señalaba de manera clara que “la moral del colegio” se “basaba sobre los principios de la religión católica”.
Para terminar esta nota recordaremos algunos de los nombres de alumnos que, en la década del ‘30, estudiaban en las aulas del histórico edificio de la calle Corriente. Entre los estudiantes destacados en esos años podemos mencionar a Aybar Bertella, Heriberto Naish, Luis Morello, Amado I. Giraudo, Alfonso Cacciamani, Angel Milanesio, Fernando Weihmüller, Juan Quaglia, E. Zayas, Jaime Paiva, Donosor E. Di Fabio, Marcos Esayag, Humberto Russo, Hugo Shierano, Alberto Berra, José Pellissero y Arnoldo Martínez. Apellidos que aún se pronuncian en la ciudad y región.
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