La celebración del Bicentenario en Buenos Aires fue un espejo de la realidad argentina.
Una clara imagen de los Unos y los Otros. El reflejo de 1810.
En el Teatro Colón, coqueto, sublimemente culto, reservorio del arte excelso estaban los Unos, pero en las calles estaban los Otros, millones de Otros.
En el Colón, ícono del Bicentenario para el grupo Clarín y la franja -casi falange- opositora a todo, lucieron cual rutilantes astros destellando en el cielo patrio las damas antiguas del presente, sin peinetones pero con todo el glamour del nuevo milenio, encabezadas por Mirtha y Susana, y los caballeros de la contrarevolución, Julio Cobos, Francisco de Narváez, el desheredado virrey sin patria Mauricio Macri, entre otros.
La tapa de Clarín del 25 de Mayo dijo en grandes letras: “El Colón reabrió con una fiesta brillante”, mientras que muy abajo, en pequeños caracteres informó: “Una multitud en el recital de tango y folclore”, refiriéndose a la convocatoria popular.
Pero al día siguiente el pueblo, reencontrado consigo mismo, colmó nuevamente, esta vez de manera impresionante las calles de la ciudad dándole su calor al verdadero festejo. Entonces, Clarín no pudo excluirse ni hacerse el distraído y tituló con mala onda: “Festejo histórico más allá de las diferencias”.
¿Qué diferencias, se pregunta uno? ¿Puede haber diferencias sustanciales, profundas, cuando millones de personas salen a la calle para reconocerse entre sí como argentinos? ¿Cuándo emocionados, conmovidos esos millones saludan el paso de los símbolos y los valores patrios?
Las diferencias las marcan, intentan generarlas inspirados en el divide e impera de los romanos, los que quieren que existan. Los que no aceptan la posibilidad de una patria de incluidos, un país de iguales. Y un país de iguales se construye con autonomía económica, democracia para todos y distribución de las riquezas. No hay otro método. Lo demás es la retórica de los púlpitos y la doble moral que ha imperada por doscientos años, salvo algún período a mediados del Siglo XX.
Nadie generó la impetuosa participación popular del último 25 de Mayo, sólo el pueblo. Y es el pueblo el que decide. En 2007 decidió que lo gobernara la mujer que presidió oficialmente los actos del Bicentenario y su mandato sigue vigente porque así lo dicta la Constitución. Es menéster que haya elecciones para que así no sea. Pero todavía falta. Mientras tanto, respeto.
Quienes así no lo quieren apostaron a la tristeza colectiva. Y todo fue alegría, por mal que les pese. Aunque hurguemos en la hiel de la Historia, en 1810 hubo un grito de libertad que se perpetuó hasta nuestros días. Días en que hay que seguir luchando por la definitiva independencia.
El sol del 25 ya asomó y el pueblo argentino lo saludó alborozado, con la alegría propia que confiere la esperanza. Ahora aguarda la alborada del 9 de Julio de 2016 y el país avanza a marcha sostenida hacia ese nuevo reencuentro.
Argentina late. En cada reclamo por más democracia, entendiendo este clamor desde la implementación de nuevas leyes que nos dignifiquen como sociedad: el respeto a las minorías sexuales y sus derechos; la generación de más fuentes de trabajo -indicadores que ascienden- programas de inclusión social establecidos por ley, educación totalmente laica y gratuita, reforma del sistema financiero -fin de la usura- sistema único, estatal, universal de salud, reforma del sistema político, vigencia plena de la nueva ley de medios, profundización del modelo, en definitiva. La verdadera independencia debe ser el próximo paso, pero una independencia que vaya más allá de la retórica y en la praxis cuente al pueblo como su destinatario fundamental y fundacional.
En la historia del atribulado mundo, los fascismos emergieron desde la desazón y la tristeza colectiva. Las democracias modernas se construyen desde la razón, el sentido común y la alegría.
Los que más tienen deben entender que su propia felicidad sólo es sustentable si no hay un pueblo desesperado que los rodee. Y para eso es necesario entender un país en el que entremos todos, no sólo los acreditados en la glamorosa velada del Teatro Colón.
Habrá un antes y un después de esta abrumadora participación popular en los festejos del Bicentenario, de esta felicidad colectiva. Fue simbólico, tal vez, pero los símbolos son indicativos de un tiempo.
Haciendo un ejercicio de memoria uno se pregunta: ¿qué hubiera sido del 25 de Mayo de 2010 con la economía dolarizada según lo planteaba Menem -al que tantos apostaron en 2003- y el descalabro del sistema bancario estadounidense el año pasado o la crisis Europea del presente?... Incendios y más incendios. ¿Qué hubiera sido con la receta neoliberal que argumentan los políticos que forman parte del elenco estable del Grupo Clarín para pagar la deuda externa con el presupuesto nacional, recortando los gastos de obra pública e inversión social?... Fuego sobre fuego.
Nada de eso ocurrió y el Bicentenario fue una balada de paz y esperanza.

Rubén Rüedi
Mayo, 2010