María -o como se llame- un día dijo basta y se animó a hablar. Habían pasado las 11 de la noche, alzó el bebé y a su hijo mayor de 4 años y se escapó. Como pudo.
Llegó a la Comisaría de la Mujer y presentó formalmente la denuncia contra su esposo por maltrato. Eran visibles las huellas en los brazos, llenos de moretones, pero también en el alma. Tenía miedo y no sabía qué iba a pasar al día siguiente.
Pasó la noche sentada en la Comisaría con sus hijos. No tenía adónde ir ni qué comer.
Cuando dejó el lugar empezó a buscar una alternativa. Primero una amiga, madre de varios chicos. No tenía espacio para ella. La familia sabía que estaba superada por las necesidades. ¿Dónde irían los tres?
En ese andar por lugares comunes, el esposo la encontró. Le pidió perdón. Le dijo que no iba a volver a pasar. Que la quería, más que nunca.
Ella le creyó. O necesitó creerle. Pero el idilio duró poco y los golpes se repitieron.
A María -o como se llame- no se le hubiera ocurrido salir en la tapa de una revista ensangrentada y sonriendo; como sí hizo Victoria Vanucci, esposa del “Ogro” Fabiani, en el último número de la revista Caras que además de abundar en mal gusto, no hace otra cosa que banalizar el infierno de miles de mujeres que, como María -o como se llame- viven dentro de las cuatro paredes de una casa ese martirio cotidiano.
La violencia familiar no es una historia de pasarelas. Cuesta vidas y muchas. En Villa María hay, en promedio, más de una denuncia diaria por estos hechos.
Según un informe de la ONG “La casa del encuentro”, en el año 2009, murieron como consecuencia de hechos de esa naturaleza 231 mujeres en todo el país.
La mayoría ocurrió en Buenos Aires, seguido por Santa Fe y Córdoba.
El informe de “La casa del encuentro” también discrimina los sucesos por el vínculo de las víctimas con sus asesinos: así, se sabe que los esposos-parejas-novios cometieron 65 hechos, mientras que los ex esposos-parejas-novios tuvieron responsabilidad en 68 casos.
Esto demuestra que el que segó su vida, es quien juró quererla. El que antes de matarla seguramente abusó de ella y la golpeó. Y después le pidió perdón.
El Estado no da todas las respuestas. Hay posibilidad de hacer la denuncia, de contar con asesoramiento psicológico y legal, pero no un lugar donde alojarse. Tampoco hay presupuesto para sostenerlas mientras intentan normalizar sus vidas.
Si Victoria Vanucci fue realmente una víctima de violencia familiar, necesita ayuda. No salir en la tapa de una revista banalizando el hecho. Y un medio no se debería prestar a semejante farandulización. Ríanse si quieren de amoríos, de moda, del pelo. Pero no jueguen con el infierno.

Patricia Gatti