Escribe:
Damián Stupenengo
Que tenemos una cantidad y variedad envidiable de delanteros en el mejor nivel mundial. Que el mejor jugador del mundo de la actualidad viste la celeste y blanca. Que la mística y motivación que todos querrían se sienta en nuestro banco de suplentes. Que hay una rica mixtura entre experiencia y vitalidad...
Todas estas cosas son las que inevitablemente nos tienen esperanzados de poder hacer un buen Mundial. Y con “buen Mundial”, no me refiero a ninguna otra posición que no sea la de campeón.
Pero estas cuestiones ¿hacen un equipo? Podría llegar a ocurrir a lo largo de la competencia que en algún momento nos encontremos en la incómoda situación de estar en desventaja, o contra las cuerdas.
En ese caso, la esencia de equipo que aún no tenemos será la que “nos salve”. Si Diego logra que en este tipo de momentos de adversidad no sean 10 jugadores los que se queden mirando al extraterrestre diminuto que lleva la 10 en la espalda para que con una jugada mágica nos devuelva a la gloria.
Ni que los de escasa experiencia se escondan esperando que los pocos “hombres” que tiene el plantel corran milagrosamente los minutos finales de un partido que físicamente los tiene terminados.
Y que en ningún momento giren sus cabezas esperando que desde el banco de suplentes llegue algún grito que cambien la historia (El cambiaba la historia solo dentro de la cancha).
En definitiva, si el técnico de nuestra selección logra que las piezas más apetecidas del mundo se ensamblen en un solo puño apretado, estamos en condiciones de permitirnos soñar.
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