Escribe: Pepo Garay
especial para EL DIARIO
Las patas de gallina reposan sobre el mostrador. También hay huevos de codorniz y la cabeza de un chancho. De las ollas y sartenes sale humo a rabiar. Se sirve arroz, fideos y verduras. Hay ruido del fuerte. A los gritos se pasa el diálogo. Todos hablan a la vez. Y comen.
Sentados en banquitos de plástico diminutos, los habitantes de Dalat se alimentan de lo lindo en el mercado local. Es noche de martes, pero parece sábado. Hay mucho movimiento en los alrededores. Venta de artículos de todo tipo. Gente que viene y que va. La ciudad es pequeña, no más de 16 mil habitantes. Pero late al ritmo de una gran metrópoli. Llena de vida. Como toda Vietnam.
Pasado francés
Dalat se hizo famosa a partir de los franceses, que en la época de la colonia (de 1880 hasta 1954), la tomaron como su búnker vacacional. Su ubicación privilegiada, en el corazón de las cadenas montañosas centrales, la convertían en un destino irresistible. Allí solían veranear jefes militares e integrantes del Gobierno galo en el país. Hasta que la revolución dijo basta, y los barrió a todos de un manotazo. Como legado, aquel estilo europeo quedó plasmado en construcciones, lagos y grandes rosedales.
Así, la pequeña urbe se ganó el mote de ciudad romántica. Quizás por eso, tras el final de terrible y cruenta guerra con Estados Unidos, el municipio se convirtió en destino predilecto de los recién casados. La belleza del entorno, el clima benigno y la armonía de muchos de sus espacios verdes, colaboran para crear esa imagen idílica con la que las empresas turísticas intentan vender a Dalat.
Lo cierto es que el verdadero valor de la ciudad radica en lo auténtico de su cultura. Como en cualquier parte de Vietnam, la idiosincrasia nacional fluye legitimada por una serie de comportamientos que no se reduce a comidas y trajes típicos. El sentido del humor, las risas, la permanente búsqueda del diálogo y contacto humano de los habitantes, permiten vislumbrar la verdadera esencia local. Esa que no aparece en los folletos, pero que es tan o más cautivante que un jardín bien arreglado.
Excepcional entorno
Entre las miles de motocicletas que invaden el núcleo urbano, se percibe el declive desordenado de calles. Las subidas y bajadas están a la orden del día, denotando la ubicación geográfica de la capital de la provincia de Lam Dong. Dispersa entre cumbres montañosas, Dalat ofrece un panorama magnífico de cerros y quebradas. Miles de arrozales descansan sobre las laderas, permitiéndonos descubrir por que Vietnam es el segundo mayor exportador de arroz del mundo (apenas superado por Tailandia).
Así, vale la pena perderse por las decenas de laberínticas carreteras, que llevan al viajero a descubrir la hospitalidad vietnamita en las aldeas de montaña circundantes. Todo es amabilidad y sonrisas. Dan ganas de eternizar la estancia.
Volviendo sobre sus huellas, el viajero se sumerge de nueva cuenta en las avenidas locales, y tras perderse en el laberinto callejero, encuentra súbitamente el palacio de verano del emperador Bao Dai. La residencia resume el saludable paladar arquitectónico de la antigua monarquía vietnamita. El valle del Amor, con su lago y adornos florales, es otro de los atractivos turísticos más promocionados. Aunque la galería de arte de Hang Nga o “Casa Loca” (como se la conoce popularmente, a partir de su delirante y asombroso diseño), constituye la visita más recomendada.
Pero sin dudas, siempre resultará más atrayente terminar en el comedor popular. Rodeados de patas de gallina, gritos y montañas, quedamos más que satisfechos.
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