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El nigeriano sufrió con la derrota de su equipo ante Argentina, pero igual posó con la bandera de Adiccra y, por supuesto, sin parar de tocar la vuvuzela |
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Escribe: Pepo Garay (enviado especial de EL DIARIO y Adiccra desde Johannesburgo)
Por toda Sudáfrica, los organizadores del Mundial reparten un escueto folleto en el que se detalla aquello que no se le permite hacer a los hinchas dentro del estadio: no entrar con latas o botellas, no utilizar fuegos artificiales y no pararse en los asientos, son algunas de las directivas. En total figuran 18, nada fuera de lo normal. Salvo por una, que textualmente reza: “Se prohíbe el ruido excesivo y el uso de megáfonos y bocinas. Vuvuzelas están permitidas”. La regla es una contradicción en sí misma, teniendo en cuenta la permanente contaminación sonora que producen estos simpáticos elementos. Pero claro, la vuvuzela no podía faltar en las canchas mundialistas. Hubiera sido un crimen imperdonable al folclore futbolístico local.
El instrumento en cuestión es un emblema de los dueños de casa. Se trata de una trompeta de plástico muy parecida a las que tenemos en Argentina. El contraste elemental radica en términos de uso. Aquí, a diferencia de nuestro país, las vuvuzelas se venden en cantidades industriales. La mayoría de los fanáticos tienen la suya y algunos hasta soplan dos a la vez.
Cuestion cultural
En Johannesburgo, como en todas las sedes mundialistas, las cornetas son furor. Ya antes del inicio del torneo se presentía que el fenómeno iba a dar que hablar. Pero la realidad colmó todas las expectativas. El resultado, desde luego, es estremecedor: antes, durante y después de cada partido, los desacostumbrados oídos foráneos deben soportar el bramido permanente de la vuvuzela, que en idioma zulú significa algo así como “hacer ruido”. El alcance de la expresión, poco tiene de caprichoso.
No obstante, y a pesar de lo molestas que puedan resultar, tampoco hay lugar para la queja. La vuvuzela forma parte del sentimiento sudafricano por el fútbol. Su prohibición equivaldría a impedir tirar papelitos o cantar durante los partidos en Argentina.
Bien nos lo aclara el músico local Samora Ntsebeza: “Las vuvuzelas hacen a la cultura sudafricana, no sólo por sus orígenes ancestrales y tribales, sino también por el rol que cumplen en nuestras canchas de fútbol. Se trata de un sonido que tiene que ver con largas tradiciones, es increíble que a alguien se le pueda haber ocurrido prohibirla”. Ntsebeza hace referencia a las quejas de muchos hinchas, periodistas y jugadores, a raíz del estridente ruido producido por las hoy célebres trompetas.
Otro elemento distintivo que también reclama su espacio de fama mundialista es el “makaraba”. Este peculiar sombrero, híbrido entre casco minero (la minería, una de las principales actividades económicas del continente) y gorro de fantasía, es a su vez un suceso de ventas. Cada país participante en el evento tiene el suyo, decorado con singulares adornos y colores.
Sin embargo, su figura aún no ha alcanzado el eco generado por la vuvuzela. Esa forma de expresión que retumba en la opinión pública con la misma fuerza con la que lo hace adentro de los estadios. Verdadera protagonista de esta Copa del Mundo ya se ganó su lugar en la memoria popular.
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