“Qué noche llena de hastío y de frío, no se ve a nadie cruzar por la esquina. Sobre la calle, la hilera de focos lustra el asfalto con luz mortecina.”
Y así con la letra de un tango burlón y compadrito recibimos el invierno. Le abrimos la puerta sigilosamente, aferrados al calor de otras almas, para no sentir tan de lleno en el cuerpo el extraño lamento del viento y la fuga apresurada, impetuosa, indiferente del astro rey.
Ese sol que asomó para los villamarienses a las 8.18. Tarde pero seguro, espió entre las sábanas de los que alabaron al feriado y se sumergieron unos minutos más en los brazos de Morfeo.
Y de pronto, la calle sufrió en carne propia la ausencia de sentir las risas de los pequeños jugando a conquistar esos rayos mágicos que regala el cielo. Pocos caminantes se atrevieron a enfrentar despojados de abrigo, el cenit que llegó a las 13.14 con todo su esplendor.
La Villa quiso, deseó, intentó atrapar la luz un minuto más, un instante más. Puso afán y pasión en su desafío de tomar el sol en sus manos hasta hacerlo cambiar de opinión. Hasta obligarlo a modificar su naturaleza.
No pudo, una ráfaga alertó al máximo referente del Universo, lo sacó de su hipnosis y se lo llevó entre sus brazos. Despacio, silenciosamente a las 18.10.
Demasiado pronto para el ocaso, demasiado pronto para el día más corto, para recibir la noche llena de hastío y de frío.
Los que se animaron a reverenciar la luna, bajo siete grados, buscaron refugio en el calor de sus seres queridos, compartieron el solsticio de invierno en la mesa de algún bar y hasta se tomaron un tiempo para posar por nuestro fotógrafo.
N.M.
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